CAPITULO 6

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Aquel día el señor Dumbledore se había marchado a Houston, a una subasta, dejando a Hermione a cargo de todo. Draco la observó un instante a través de la enorme cristalera antes de entrar. Estaba realmente preciosa, se dijo. Había escogido para aquel día un traje de chaqueta y falda en seda beige, una delicada blusa blanca con bordados en el frente, y se había recogido el cabello con una elegante trenza de raíz. Además, se había puesto unos zapatos de tacón que remarcaban la grácil curva de sus tobillos y pantorrillas, y el traje le quedaba como si se lo hubieran hecho a medida.

Finalmente Draco se decidió a entrar, y abrió la puerta haciendo tintinear la campanilla que colgaba del techo. Hermione se giró al oírla, esbozando una sonrisa que se desvaneció en cuestión de segundos al ver que era él.
Aquella reacción fue como un latigazo para Draco. Sus ojos azules siempre se iluminaban al verlo, pero en ellos solo se reflejaba ya desconfianza y resentimiento.
—¿Puedo ayudarte en algo, Draco? —le preguntó en un tono de cortesía meramente profesional.
Draco avanzó hacia ella con las manos en los bolsillos y la miró con los ojos entornados.
—No tenías que dejar a tu madre desaviada solo para evitarme —le dijo con marcado sarcasmo.
Hermione alzó la barbilla desafiante.
—Dado que la única razón por la que le pedí que me dejara trabajar allí era para poder verte más a menudo, dudo que la haya dejado «desaviada» en absoluto,
El esbozó una leve sonrisa.
—Ya veo —murmuró—. Entonces, siguiendo ese razonamiento, debo pensar que has venido a trabajar aquí para no verme porque piensas que no tengo ningún interés por el arte, ¿me equivoco? Eso no es muy halagador.
—Desconozco tus intereses, aparte de hacer dinero —le contestó con frialdad—. ¿A qué has venido?
—Quería asegurarme que Astoria no te había hecho daño.
Hermione se giró hacia él, arqueando las cejas.
—¿Qué diferencia supondría que me hubiera dejado herir o no por sus palabras? Su intención claramente era la de hacerme daño.
Draco inspiró y expiró.
—Solo quería que supieras que yo no la había mandado a ti para que te dijese lo que te dijo.
—Me lo habría merecido si hubiese sido así —repuso ella, bajando la vista al suelo—, después de todo lo que te he molestado.
Draco se sentía incómodo oyéndola hablar de ese modo. Se acercó un poco más a ella, sacó las manos de los bolsillos, y tomó su rostro entre ellas. ¡Dios, era tan hermosa! Sus ojos tenían el color del cielo, su piel parecía de melocotón, y sus labios... esos labios gruesos y sonrosados... Sin poder evitarlo, siguió su contorno con los ojos. Había tal intensidad en su mirada, que la joven se sonrojó ligeramente, y entreabrió los labios en una acción refleja.
—Hermione... —murmuró él con voz ronca por la excitación.
La joven abrió mucho los ojos ante su tono. Nunca lo había oído pronunciar su nombre de ese modo. Advirtió que los ojos castaños de Draco estaban fijos en sus labios, y que sus grandes y cálidas manos le asieron las mejillas con más fuerza, y alzaron su rostro hacia el de él. Turbada, observó cómo Draco inclinaba la cabeza, y sus labios se aproximaban a los de ella, hasta quedar a solo unos centímetros de distancia.
El ranchero escuchó la respiración de Hermione tornarse más rápida, y todo el autocontrol que había estado ejerciendo sobre sí mismo hasta entonces, se desvaneció ante el fiero arranque de pasión qué se estaba apoderando de él.
Estaba tan cerca de ella que el olor de su colonia estaba embriagando a la joven y podía sentir su ancho y duro tórax contra la turgencia de sus senos. Aquel íntimo contacto era tremendamente excitante, incluso habiendo entre ellos varias capas de ropa.
Nerviosa, puso las manos abiertas contra su camisa, en un vano intento de detenerlo, cuando ella misma no quería que parase.
—¿Sabes besar, Herm? —susurró Draco. El ardiente deseo de tomar los labios de la joven había hecho que la razón lo abandonara por completo.
— S... sí —balbució ella.
—Demuéstramelo.
Las palabras se adentraron en los labios entreabiertos de Hermione cuando la boca de Draco se posó de pronto en la suya. La joven saboreó aquel beso en el silencio de la galería. Su cuerpo se tensó, contuvo el aliento en la garganta, y la sobrecogió el inusitado placer que estaba sintiendo. Nunca antes la había besado un hombre experimentado, y era tan diferente de Randall y los chicos con los que había hecho antes aquello...
La respiración del vaquero también se había tornado entrecortada, y cuando despegó su boca de la de ella para tomar aliento, la joven notó los latidos fuertes e irregulares de su corazón contra su pecho. Los dedos de la joven se cerraron, asiendo la tela de la camisa, como tratando de mantenerse en el mundo real.
—Hermione... —jadeó él, enfebrecido.
Deslizó sus brazos en torno a ella, y la atrajo aún más hacia sí. Draco era muy fuerte, y aquel abrazo resultó brusco por la pasión que le imprimió, pero a Hermione no le importó, porque su beso le había inyectado el deseo en las venas.
Metió los brazos por debajo de la chaqueta de Draco, acariciándole la espalda, y se puso de puntillas, dejando que devorara de nuevo sus labios mientras emitía suaves gemidos. La presión de la boca del vaquero era cada vez más insistente, y Hermione abrió los labios para él. La lengua de Draco aceptó su muda invitación, y una ráfaga de calor la hizo estremecerse entre sus brazos.
Draco no podía pensar, no podía respirar. ¡Y pensar que la persona a la que estaba besando era Hermione, la Hermione a la que había conocido desde niña...! Aquello era una locura. Primero había hecho todo lo posible para alejarla de él, y de repente estaba alentándola sin la menor reserva. S

Para Ella -DramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora