CAPITULO 9

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Tal como había esperado Hermione, a las ocho menos diez de la tarde del día siguiente, Draco pasó por delante de la galería como de costumbre, solo que aquella vez, Astoria no lo acompañaba, y además, entró en la tienda. Hermione frunció el entrecejo extrañada, y se puso a revisar unos albaranes, fingiendo estar atareada. Por suerte, el señor Dumbledore estaba allí también.
—Ah, buenas tardes, Draco —lo saludó el dueño con una sonrisa—. Me alegro de verte. ¿Estás buscando algo en particular?
A Draco la presencia de Albus Dumbledore lo había pillado por sorpresa ya que, la mayor parte de los días anteriores, cuando había pasado con Astoria por delante de la galería, Hermione estaba sola. Ya era mala suerte...
—No, solo quería echar un vistazo —contestó.
—Bien, bien, adelante. Hermione te informará de los precios si ves algo de tu agrado.
Draco miró en dirección a la joven, pero ella ni siquiera se dignó a levantar la cabeza de los papeles que tenía en las manos. Él empezó a pasearse por entre los cuadros expuestos, y observó con curiosidad que Hermione lanzaba de vez en cuando furtivas miradas hacia la puerta, como si esperara ver aparecer a alguien que la rescata. Lo cierto era que no le extrañaría si así fuera, después del modo en que la había tratado.
Mientras la observaba, advirtió que parecía haber perdido peso, que estaba algo pálida, y que tenía ojeras. Se acercó hacia ella, sintiéndose como una sabandija cuando vio que daba un respingo, como si le tuviera miedo. ¿Cuánto daño podía hacérsele a alguien sin pretenderlo?
—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó ella en un tono tirante, obligándose a mirarlo.
Draco pudo leer el dolor en sus ojos avellana.
—Hermione, yo...—comenzó inseguro.

Sin embargo, en ese momento se oyó la campanilla de la puerta al abrirse, y los dos giraron la cabeza. Era Harry, que saludó al señor Dumbledore antes de acercarse a Hermione.
El joven sabía muy bien cuáles eran los sentimientos de Hermione hacia Draco, y también sabía lo que estaba sufriendo por su causa. Tal vez por eso, se despertó de pronto en él un instinto protector que ignoraba que tuviera, y rodeó la cintura de Hermione y la besó dulcemente en la mejilla, consciente de que el ranchero lo estaba mirando como si quisiera matarlo.
—Hola, cariño —le dijo a la joven—. ¿Lista para irnos?
—Sí —musitó Hermione—, iré a por mi bolso —y fue a la trastienda.
—Vamos a comprar los anillos —le dijo Harry a Draco, observando la expresión de su rostro—. Hermione y yo vamos a casarnos en Navidad.
«Vamos a casarnos, a casarnos, a casarnos...». Las palabras se repitieron como un eco en la mente de Draco hasta casi enloquecerlo. Hermone iba a casarse con Harry... Iban a comprar los anillos... No, era imposible. Él había ido a la galería para pedirle perdón a Hermione, a ponerse de rodillas ante ella si era necesario, a pedirle que tuvieran su primera cita, a construir una relación con ella... Pero Harry se le había adelantado.
Todo era culpa suya. La había herido, atormentado... incluso él mismo la había alentado a aceptar la proposición del estudiante de medicina. Durante el resto de su vida iba a tener que vivir con aquello, y con el conocimiento de que ella no amaba a Harry pero iba a casarse con él.
—¿No vas a darnos la enhorabuena? —lo provocó el joven—. Voy a hacerla muy feliz.
«¿Y cómo crees que vas a conseguirlo cuando es a mí a quien ama?», Se dijo Draco con amargura. Se metió las manos con rabia en los bolsillos y se mordió la lengua, girándose atormentado hacia Hermione cuando regresó con su bolso.
—Cuando quieras, Harry —le dijo al joven con voz queda.
Draco seguía mirándola fijamente y, al mirarla de cerca, casi le costó trabajo reconocer a su Hermione en la chica que tenía delante. El brillo de sus ojos se había apagado, como si el espíritu travieso y alegre que siempre le había parecido que habitaba en su interior la hubiera abandonado. Daba la impresión de que de la noche a la mañana se había convertido en una mujer de mediana edad.
—Bueno, pues nos vamos —dijo Harry sonriendo, mientras la tomaba del brazo—. Hasta luego, Draco.
Este los vio salir de la galería con los ojos de un hombre al que fueran a ahorcar. Iba a casarse con Harry...
—¡Dios, no! —masculló en voz baja, saliendo del estado de trance en el que estaba. Tenía que detenerla. Pero cuando salió de la tienda, sin despedirse siquiera de Dumbledore, se tropezó con Astoria, que doblaba la esquina en ese momento.
—¡Ah, aquí estás! —lo saludó alegremente, colgándose de él.
Hermione, que iba caminando calle abajo con Harry la oyó, pero no se dio la vuelta. Por un instante, había pensado que tal vez Draco había ido a la galería para verla, pero solo había quedado allí con la modelo, para atormentarla a ella, como los días anteriores. Entrelazó su mano con la de Harry y la estrechó con fuerza, siguiéndolo como una zombi, y escuchando sus planes para el fin de semana sin oír en realidad una palabra.
Durante los días que siguieron, Draco estuvo muy callado e irritable, ahogando sus penas con el trabajo en el rancho, como para castigarse por lo que había hecho, y agotando también a sus hombres, como si tuvieran que sufrir con él.
—No había visto a tantos de nuestros peones un domingo en la iglesia desde hacía tiempo —murmuró Narcissa Malfoy divertida una noche mientras cenaban en familia—. Seguro que todos habían ido a pedirle a Dios «por favor, señor, líbranos de Draco, y no nos dejes caer en la tentación, amén».
Los demás se rieron, pero Draco frunció el ceño molesto.
—No tiene gracia —masculló.
Miranda lo miró sorprendida. No parecía el mismo hombre jovial al que había conocido un año atrás.
—Demonios, me recuerdas a mí mismo, tal y como solía comportarme antes de que se cruzara en mi camino este ángel —dijo Cygnus, acariciando amorosamente cabello de su esposa—: todo espinas y pinchos.
Draco no contestó, sino que apuró su café y se levantó de la mesa.
—Os veré luego.
—¿Sales otra vez con Astoria? —inquirió Lucius.
—¿Con quién sino? —contestó Draco sin mirarlo saliendo por la puerta.
Fueron a Houston, a ver un musical, y con quién irían a encontrarse sino con Harry, y acompañado el una joven que no era Hermione, sino una morena alta con un vestido que no dejaba nada a la imaginación.
En el intermedio, Draco se acercó a ellos, mirándolo con ojos relampagueantes, como si quisiera matarlo.
— Pensaba que estabas comprometido —le dijo con aspereza.
— Y lo estoy, esta es mi prima Wendy —contestó Harry.
—Seguro que sí.
—Escucha, Draco —le dijo Harry—, Hermione y yo tenemos un pacto, así que mis asuntos no son de tu incumbencia.
—¿Sabe que has salido con tu «prima»? —insistió Draco.
—No, pero pienso decírselo. No tengo intención de engañarla —le respondió Harry con sinceridad—. Al menos, Hermione estará mejor conmigo que contigo —añadió fríamente—. Yo nunca la heriría del modo en que tú lo has hecho.
Draco explotó y lo agarró por las solapas de la chaqueta, pero un par de empleados del teatro lo sujetaron al ver que podía armarse una pelea, y Draco se apartó antes de que lo pusieran en la calle. Giró sobre sus talones resoplando, y regresó junto a Astoria entre los murmullos de los demás asistentes.
—¿A qué ha venido eso? —exigió saber la modelo, cruzándose de brazos. Estaba empezando a estar harta de los arranques de celos de Draco—. ¿Otra vez intentando controlar la vida de Hermione?

Los oscuros ojos de Draco le dirigieron una mirada de advertencia.
—Hermione es asunto mío.
—Querrás decir de Harry —le espetó Astoria, sin dejarse intimidar—. Es con él con quien se ha comprometido.

Para Ella -DramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora