3. Un, dos, tres... Las tres mellizas

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3. Un, dos, tres... Las tres mellizas

La dirección de la casa se encontraba en el barrio más rico de la ciudad, y dado la cantidad que estaban dispuestos a pagar para que fuera el tutor de tres chicas no debí sorprenderme.

Sin embargo, al llegar a la enorme casa de dos plantas y un jardín que competía con las canchas de fútbol y baloncesto del instituto no pude evitar abrir la boca con asombro. Estaba seguro que hasta tendrían piscina y miles de cuartos para aburrir.

Después estábamos mi hermano, mamá y yo que vivíamos en una caja de zapatos.

Caminé hacia la enorme verja negra y toqué el timbre. Un hombre mayor vestido de uniforme, que supuse que sería el encargado de la casa, vino a recibirme con una ligera sonrisa. Sus ojos negros parecían algo preocupados lo que debió de decirme lo que se me venía encima.

-Debes de ser Xavier Pierce.

Asentí rápidamente.

-Un placer señor, me han contratado como el tutor particular.

-Yo mismo hablé contigo- explicó mientras abría la verja- el señor Hart me dio permiso para escoger un profesor de mi agrado y capaz. Sin importar qué.

-Espero ser de su agrado.

El mayordomo me dio una palmadita en el hombro y me condujo hacia la casa, cosa que le agradecí porque yo me hubiera perdido en el jardín sin saber cómo salir.

-Que a mí me guste o no es la menor de sus preocupaciones- dijo- enfóquese en las señoritas.

Por el tono que usaba parecía que hablaba más de demonios que de chicas. Quise preguntar pero en ese instante entramos en la mansión.

Él continuó su marcha, así que yo que me había parado para observar todo el lujo, no me quedó más remedio que apretar el paso. Pasamos por un sin número de salones, y no fue hasta que llegamos a uno con unos enormes sofás blancos alrededor de una pequeña mesa no paró. Aparte de ellos, había una mesa de madera rústica al final junto a unas estanterías vacías. Todo estaba pintado de un blanco impoluto, incluso las lámparas.

-Esta es la sala de estudio de las chicas- me dijo- estarán aquí en breve, póngase cómodo, voy a avisarlas.

El mayordomo no esperó a mi respuesta y se adentró por otro pasillo dejándome solo.

Cogí algo de aire e intenté tranquilizarme.

Seguían siendo chicas después de todo, y por lo menos una era de mi edad. Le había enseñado a Henry durante toda mi vida y era bastante capaz.

Estas tres chicas no iban a poder conmigo.

Con ánimos renovados me senté en uno de los sofás y saqué mis libretas de las asignaturas. Lo primero era averiguar donde flaqueaban más para hacer una mayor énfasis en dichas asignaturas.

Bien, tenía un plan. Ahora todo iría bien.

-¡Pero si eres tú!- exclamó una voz alegre que conocía- ¡vaya que coincidencia tan tonta!

Al girar la cabeza me encontré en shock al ver a Bree en la casa. En esta ocasión en lugar de ropa de deporte llevaba una camiseta azul cielo con estrellitas y unos pantalones cortos. Le daban un aire más juvenil todavía.

-¿Bree?- pregunté un poco asombrado- ¿qué haces aquí?

-¡Es mi casa tonto!- sonrió feliz- no me digas que eres nuestro profesor particular.

Caminó hacia donde me encontraba y se sentó en uno de los sofás, no paró de mirar de reojo las libretas y libros que había dejado en la pequeña mesa.

Estrellas de una misma constelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora