18. La locura del baile

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18. La locura del baile

Ya había visto tres declaraciones en lo que llevábamos de día, y eso que todavía ni si quiera habían empezado las clases.

Gabriel, a mi lado, suspiró.

-No puedo creer que apenas se anuncie el baile, y ya todos estén como locos en busca de una pareja- se quejó- ¿qué nos deja a nosotros?

-¿Los desesperados?- sugerí.

Frunció el ceño.

-Todavía no me ha invitado a ir al baile, y hace como media hora que ha llegado.

-¿A cuál de tus dos novias te refieres?- pregunté con curiosidad.

-Me da igual- se cruzó de brazos- sé que las dos llegaron hace un montón de tiempo, y todavía no me han dicho ni una palabra sobre el baile. ¿Qué gracia está en que la chica sea quien invite este año si no se atreve?

Rodé los ojos.

-No creo que sea eso.

-¿Y entonces?

Cerré la puerta de mi taquilla para poder mirarle fijamente a los ojos.

-¿No has pensado que cada una quiera ir con sus respectivos novios?- alcé una ceja inquisitivo- ya sabes, te dijeron muy claramente que no te querían volver a ver. Y una al menos no está embarazada, así que su meta es hacerte la vida imposible como la sigas acosando.

Mi amigo se quedó callado.

Estuvo unos gloriosos segundos en silencio mirando al techo, pensando en todo lo que le había dicho.

-No lo entiendo.

Suspiré.

En ese mismo instante comenzó a sonar una canción romántica en la radio del instituto, al girarnos nos encontramos con una de las novias de Gabriel ofreciéndole un enorme ramo de flores rojas a su novio en medio del pasillo. El chico sonrió como nunca y la cogió en volandas para luego besarla, lo que me decía que la respuesta era afirmativa.

Cuatro declaraciones y todavía no eran las ocho de la mañana.

En fin.

Vi como Gabriel se remangaba las mangas y miraba con intención asesina al chico que no paraba de besarse con su novia. Antes de que hiciera alguna tontería le cogí del gorro y lo arrastré a nuestra clase.

-¡¿Qué haces?!- exclamó- suéltame para que le pueda dar lo que se merece.

-El que va a acabar golpeado eres tú- suspiré- te estoy haciendo un favor antes de que cometas una enorme estupidez.

Gabriel se cruzó de brazos e hizo un puchero, pero no protestó.

Todavía le quedaba algo de instinto de supervivencia al parecer.

Al llegar a la clase por sorpresa no éramos los únicos, Rayla estaba sentada sobre su mesa leyendo atentamente la lectura obligatoria de lengua. Por lo que con una enorme sonrisa obligué a mi amigo a sentarse en su lugar, y dirigirme hacia donde estaba la rubia.

Sin embargo, Gabriel pareció no captar la indirecta y me siguió.

Al parecer no se daba cuenta que a Rayla no le caía especialmente bien.

-No me digas que la historia de Emma te ha cautivado por completo- dije con una sonrisilla.

Rayla levantó la mirada del libro, y me clavó sus ojos verdes.

Estrellas de una misma constelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora