5. Esto realmente apesta

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5. Esto realmente apesta

Al llegar al día siguiente a la casa de las chicas me encontré con nuevos ánimos. Puede que Rayla me hubiera declarado la guerra para que me acabara marchando, sin embargo, había dado dos pasos adelante al convencer a Fiona.

Todavía no me quedaba muy claro cómo convencería a la rubia de estudiar, pero lo acabaría logrando. Conseguiría que las tres se graduaran.

-Buenas tardes- saludé con una sonrisa al mayordomo.

Este se me quedó mirando algo sorprendido, seguramente pensando que era masoquista para estar de buen humor.

-Buenas tardes- me devolvió el saludo- las chicas se encuentran en sus habitaciones. Iré a llamarlas, usted puede ir directo al salón de estudio.

Asentí.

Aunque al rato me estuve arrepintiendo de no haberle dicho que me acompañara porque me había perdido dentro de a casa. Solo había estado una sola vez y debí de percatarme que mi mala orientación me pasaría factura.

Acabé en un salón, sí, pero no en el de las chicas.

Era de color rojo y con varios muebles con mantas por encima. Por el polvo que había supuse que la habitación había dejado de usarse hacía mucho tiempo, pero no fue lo que más me llamó la atención.

Fueron las fotos.

La pared estaba llena de fotos de las trillizas cuando eran mucho más pequeñas. Entre las que destacaban una de una niña pelirroja y con pecas llena de barro corriendo tras un balón, otra de una morenita con gafas mirando un piano como si le fuese la vida en ello y por último una rubia con un vestido rosa y trenzas que enseñaba la lengua a la cámara.

Representaban bien su personalidad ahora.

Sin embargo, había una mucho más grande que el resto colocada sobre lo que creía que era una chimenea. En ella podías ver a las tres hermanas juntas, Bree estaba sentada en el suelo sonriendo, Fiona se agarraba a las faldas de una mujer y Rayla estaba en pleno centro mostrando su dentadura mellada. La mujer desconocida era morena pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos verdes.

La madre de las trillizas supuse.

-Murió- dijo una voz detrás de mi sobresaltándome.

Pegué un brinco y me encontré con Fiona.

-Dios, casi me muero de un infarto- me llevé una mano al pecho, el corazón me iba a mil por hora.

-Eso te pasa por meterte en sitios donde no debes- se encogió de hombros.

Volví a echar un vistazo al cuadro y luego Fiona. De las tres hermanas era la que se parecía más a la mujer de la foto.

-¿Vuestra madre?- pregunté.

Ella asintió.

-En un accidente de coche hace siete años- explicó- papá todavía no lo ha superado, por eso mantiene este sitio así.

-Mi padre también se fue- admití- aunque él lo decidió por su cuenta.

Suspiró.

-Bueno, ya no le podemos hacer nada- me miró algo más animada- Bill me dijo que habías llegado y como no te vi en el salón vine a buscarte. Tenemos hoy clase ¿no?

Asentí, y la seguí por los pasillos.

Tenía mucha curiosidad por todo lo que había pasado, sin embargo, permanecí en silencio notando que había cambiado de tema para no continuar con la charla. Si ella quería me lo podía contar, pero no pensaba presionarla. Además, no era asunto mío para estar insistiendo.

Estrellas de una misma constelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora