29. Me da la patada

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29. Me da la patada

Después de hablar con Fiona y Gabriel había cogido fuerzas para mandarle un mensaje a Rayla, para quedar en el tejado de la escuela y así poder hablar juntos.

Ella aceptó enseguida.

Eso me decía que no se olía nada de lo que iba a decirle, porque de ser así habría puesto alguna burda excusa para huir.

Estuve todo el domingo pensando en lo que iba a decirle sin grandes resultados, Henry no paró de mirarme inquisitivo en busca de que le dijera que había pasado conmigo pero me negué a decirle nada. No podía olvidar que Rayla era su amor platónico, además de que no quería quedar como el hermano perdedor si ella me rechazaba.

Porque era una gran posibilidad.

Nos llevábamos bien, claro, pero eso no me daba garantías. Aunque el beso me podía dar una idea de que al menos le gustaba físicamente, porque Rayla que tenía donde elegir si me había escogido a mí, o al menos aceptado, era por algo.

Me guastaría mucho poder meterme en su cabeza.

En otras circunstancias lo podía haber hecho, o al menos me habría dado una idea sobre a dónde iban los tiros, sin embargo, con los sentimientos en juego era incapaz de ser lógico.

Entendía el motivo por el que todo el mundo parecía decir que el amor era una mierda.

No me dejaba pensar en nada más que no fuera ella. Me ponía a sudar incluso ante la posibilidad de hablar, y me sacaba esa sonrisa boba que no sabía que tenía.

Casi no dormí el lunes, y mi madre lo notó.

-¿Ya estás despierta?- le pregunté mientras me preparaba el desayuno- casi no has dormido.

-Voy a ver a tu hermano temprano- dijo con tranquilidad- dormiré cuando le vayan a hacer las pruebas, tardan como medio año.

Me reí.

-Ven para almorzar- le recordé.

-¿Y tú estás bien? Tampoco dormiste mucho anoche, te noté moverte de aquí para allá nervioso. ¿Es por la chica que trajiste el otro día?

Sabía que la vecina le había ido con el cuento.

-No mamá, Fiona es solo una amiga. Estoy preocupado por el examen de matemáticas, todavía me faltan muchos ejercicios por hacer para repasar.

Ella rodó los ojos.

-Tu obsesión no es sana- me reprendió- tienes que aprender a hacer más cosas- se acercó a donde me encontraba y me dio un beso en la cabeza- pásalo bien en el instituto.

Asentí.

-Ten un buen día.

Me despedí de mamá y me fui corriendo hacia el instituto, creo que nunca había estado tan nervioso. Ni si quiera antes de un examen global.

Por suerte no fui el primero en llegar, Gabriel a sabiendas que no podría quedarme en casa quieto, había decidido madrugar para acompañarme en mi espera. Por eso me lo encontré apoyado en la pared del edificio principal con un libro de matemáticas en la mano.

Al final era un gran amigo, pero si decís algo lo pienso negar.

-Te veo muy entretenido- comenté con una sonrisa la ver su ceño fruncido.

-Es que no lo entiendo- señaló el libro- la forma de resolver esta ecuación es demasiado complicada cuando utilizando el teorema de feuerbach podrías resolverlo en tres pasos- negó con la cabeza- ¿y lo ha escrito un profesor de matemáticas? Y yo soy el capitán del equipo de fútbol.

Estrellas de una misma constelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora