Hay cerezos de cincuenta pétalos, otros de cinco. Hay cerezos blancos y otros rosas. Hay algunos que florecen con pudor mientras sus amigos lo hacen con prontitud. Joe los ha visto todos y ninguno es como Cherry Blossom.
Los personajes son propieda...
"Voy a hacer un One-Shot" decía. "No voy a participar en la Matcha Blossom Week" decía. Y aquí estoy con un segundo capítulo el día libre de la week 😂
Espero que les guste y disfruten 🍂
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Las ganchas frondosas de escarlata, cítrico y savia se jactaban bajo el cielo cubierto de borregos. Incluso desde esa esquina abandonada que acababas de comprar, las hojas rojizas me llamaban como los cerezos en flor a los viajeros. Ya ha llegado.
Siempre sentí una extraña conexión con el otoño que me acobijaba como mamá cantándome canciones de cuna. Un aura que se amoldaba a la mía como dos espíritus libres hechos para compartir caminos paralelos. Otoño, momiji. Mi estación para la contemplación.
Las libélulas rojas ya danzaban camuflándose con el paisaje, majestuosas y ligeras, hipnotizándome. Una despreocupada y aventurera, se acercó y se posó junto a mi mano apoyada en el escalón de la entrada. Las libélulas de otoño. Me saludaba batiendo sus alas y se despedía al oír el tintineo de un cristal.
Se fue y llegaste tú, Kojiro. Mi amigo de la infancia, el de las tardes practicando Ollies y los a que no te haces un piercing. Me hice cinco y tú ninguno.
Llevabas dos copas vacías, un vino en mano y la misma cara que cuando conseguiste entrar en la escuela de cocina.
"Es italiano. Sabe parecido al que probamos en París" dijiste descorchando la botella.
Ya estábamos en esa edad. Compartir copas de buen vino, desahogarnos después de un día de trabajo, comprar locales para convertirlos en restaurantes. Mudamos de piel. No más a que ni carreras delante del coche policía.
No más Adam. No más sentir su abrazo atrapándome, ni ver su sonrisa bajo la capucha. Como vino lleno de misterio, se fue. Él también cambio. Y me dejó con estos sentimientos y ninguna explicación, sin pensar que mi cabeza no se rendiría a darle una razón.
En mis peores días, solo tú me sacabas de mis cavilaciones. Con una nueva receta que necesitaba ser probada, una visita inesperada en mi casa o una la bebida servida y un brindis por ese futuro incierto que tanto me abrumaba.
La brisa trajo el aroma dulce hasta mi nariz y mi imaginación desmenuzo la rueda de aromas como tú me habías enseñado. Había una suavidad veraniega escondida en la madera. Y una trampa al paladar en esa última nota de sal. El sabor me cautivó.
Mentiroso, ni se parece al de París. Pensaba recriminártelo, pero me miraste. Nos miramos, algo conectó y nació. Una conspiración del otoño volcado en tus ojos escarlata. Una paz que solo atrapaba admirando los colores de las hojas en estas fechas. Una tranquilidad que añoraba. Momiji.
No hay cigarras cantando ni oleadas de calor como con Adam. No existe ese misterio ni la novedad. Solo mi corazón diciéndome que tú podías arroparme. Tu podías darme esa paz y amor dócil que jamás me abandonaría como pétalos barridos y tirados en el olvido. Eres mi otoño de todas las estaciones.
