Capítulo 15.

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En las reuniones donde suelen preguntar por tu vida o tu familia generalmente soy la persona que prefiere hacerse a un lado y no participar. No me gustaría recordar mi vida y hablar de ello, o a veces me gustaría contar ciertas cosas, pero después pienso en que quizá nadie podría entender todo mi mundo.

¿Sabes exactamente el lugar donde tu madre dio a luz? ¿Te han contado esa historia? ¿Tu madre te ha dicho lo nerviosa que se sintió y después como sintió felicidad en su pecho al cargarte por primera vez? ¿Te resulta agradable? Si la respuesta es un sí, vaya, por lo menos tu madre intentó ser buena desde un inicio, a lo mejor sigue siendo buena o quizá ya no, pero por lo menos hay una buena historia que contar.

La mía no es la peor historia o de eso quiero convencerme, pero tampoco es nada agradable. Mamá no sabe cuánto medí o pesé. El lugar no era el más limpio, claro o cómodo, de hecho, hay animales que han parido en mejores condiciones que ella. Mamá no estuvo nerviosa en el parto, es más, estuvo ansiosa porque yo pronto saliera de ella, ¿eso suena lindo? pues no lo es, solo quería deshacerse de mí pronto. Mamá ni siquiera me cargó en sus brazos, nunca probé de su pecho, nunca sentí sus caricias, nunca la escuché tratando de detener mi llanto. Así que, por mi parte, ni siquiera mi nacimiento me ha resultado una historia agradable.

En cuanto nací fui entregada a los de servicio social. Estuve en una casa hogar hasta mis diez años, nadie quiso adoptarme incluso cuando era solo una recién nacida, después solo les resulté una niña ya muy grande para ser adoptada. En el primer hogar de paso que estuve creí que iba a ser muy feliz, estaba contenta con tener un apellido, con tener mi propia habitación, con pasearme por la casa y arreglarla, por poder cocinar y de más, pero entonces poco a poco fui entendiendo que aquella pareja no me quería para que yo fuese su hija, ellos solo necesitaban a una niña que les hiciera los quehaceres y además de eso, recibir el dinero que el gobierno les daba para adoptarme.

Las cosas empezaron a cambiar cuando cumplí mis catorce años, a la pareja empecé a resultarles un estorbo y una carga en vez de un beneficio. El dinero no alcanzaba y cada vez había más cosas por pagar, a ellos se les hizo fácil solo dejarme en la calle a mi suerte. Traté de contactar a mi hermana, pero ella no se encontraba en la ciudad, traté de llamar a mamá, pero ella nunca contestó. Decidí regresar a servicios sociales y que ellos me permitieran quedarme en alguna casa de acogida por un tiempo y entonces, fue cuando los conocí, el señor y la señora Khalil, un par de viejos pensionados que nunca pudieron tener hijos de manera biológica así que decidieron adoptar.

A Samuel lo habían podido adoptar desde que era un recién nacido y se conformaron con solo tenerlo a él por varios años, después se dieron cuenta que podían darle hogar a otra persona, pero eran conscientes que no tenían las mismas energías para criar a un recién nacido como en años anteriores. Fue entonces cuando le dieron acogida a Madsen y Penny de diecisiete y quince años respectivamente. Madsen era de una buena familia, pero en cuanto empezó a tener malas compañías terminó viendo como sus padres le cerraban las puertas de su casa y lo condenaban a vivir en las calles o cualquier albergue que le dejara pasar la noche y conseguir algo de comida. Penny fue separa de sus padres a la edad de once años, su madre era una prostituta y su padre un vendedor de drogas. Madsen y Penny se conocieron el día que los Khalil decidieron darles acogida en su hogar, aunque la pareja de ancianos buscaba que todos se sintieran como hermanos, la historia entre Madsen y Penny nunca se ha sentido así, hace ya mucho que se han declarado el cariño y amor que se tienen.

Cuando yo llegué a casa de los Khalil, Samuel ya tenía treinta y uno, y trabajaba como maestro de historia. Madsen veintitrés y Penny veintiuno. Yo llegué a ellos de catorce años, así que todos sentían la responsabilidad de terminarme de criar, en especial Samuel y Madsen que veían los abuelos ya no podían siquiera prepararnos una cena por el cansancio. Los chicos nunca pensaron en abandonarlos ya en su vejez, de hecho, pensaron en devolverles todos los cuidados que ellos les habían brindado.

Frihed en prisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora