Los Linces del Soho 9 (ampliación)

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La primavera llegó como por arte de magia, como el sonido de una gaviota a un bote náufrago. Y con ella, la posibilidad de vivir entre cuatro paredes y un techo.

Alicia Blair se había dejado instalar sin entender como de pronto se habían hecho con un apartamento del bloque de al lado. Había una ventana, una mesa con dos bancos, una chimenea y una habitación pequeña al lado con dos camas de estructura de hierro. Entre ellas habían colocado un tercer colchón que cabía a duras penas. El último colchón lo habían dejado en la habitación contigua, donde acabaría durmiendo Charly tras volver de quién sabe dónde a altas horas de la madrugada. Al menos las noches concurrían sin tanto escándalo y con menos frío. Por la mañana se sentían con más energías para salir a robar. Un día Félix llegó con un espejo que dio como obsequio a Alicia, aunque ella sabía que había sido el líder de ese grupo quien se había hecho con él, pues ese mismo día, un cuaderno con un montón de rallas adornó la habitación principal junto al violín que se habían llevado del teatro de Trafalgar Square. Rudy dijo que era un libro de partituras, y que iba a conseguir sacar algún acorde llevando esos puntos sobre esas líneas a las cuerdas del Stradivarius.

En abril se bañaron. Llenaron una tina hasta arriba con el agua de la lluvia y se metieron uno a uno, de mayor a menor, y lograron deshacerse de la mugre que cubría sus finas pieles. Cuando Alicia se vio reflejada en el espejo se sorprendió a si misma luciendo limpia y con las mejillas más rellenas.

Por la noche, se sentaron frente a la chimenea y contaron las monedas que habían conseguido vendiendo telas, relojes de bolsillo, carteras de piel y demás objetos que podían encontrarse en los bolsillos de los burgueses del centro de la ciudad.

—Podríamos apostar —propuso Charly. Todos lo miraron con curiosidad—. Hacen peleas de engendros aquí cerca. No hay que pagar acceso como en las carreras de caballos, pero se apuestan generosas cantidades de dinero.

—¿Es donde has estado yendo estas últimas noches? —preguntó Rudy, con una expresión que reflejaba disconformidad.

—¿Qué son las peleas de engendros?

—Son enfrentamientos entre...

—Es una injusticia —pronunció el líder por encima de la voz de Charly, dejando al resto boquiabiertos—. Prácticamente somos el eslabón más bajo de la sociedad: niños, pobres y ladrones, ¿no te parece lo suficientemente abusivo como para mantener y alimentar a los que se aprovechan de la marginalidad de las personas con un cuerpo diferente?

La mente de Alicia se quedó en blanco por un momento. Nunca había visto a Rudy molesto, ni alzar la voz así, y menos hacia uno de los Linces. Pero estaba defendiendo la igualdad para las personas "diferentes", aunque eso supusiera impugnar a quien consideraba su hermano. Había cerrado las manos en puños y notaba su mandíbula tensa, y aunque no podía observar a Charly, que estaba a su lado, notaba como su cuerpo se había agarrotado ante ese discurso.

Cuando Rudy divisó a Alicia al lado del muchacho su expresión se suavizó y dejó salir el aire de los pulmones. Tal vez se había pasado con su amigo, pero eso no implicaba que cambiase de opinión sobre lo que había dicho.

—Solo era una idea —añadió Charly dócilmente—. Si queremos vivir como Dios manda debemos dejar de pensar en la justicia. Somos maleantes, Rudy. Delincuentes. No somos justos, ni honorables, ni decentes.

—¿Y quién declara quien es honorable?

—Los ricos —susurró Félix, desconcentrando por un momento a los demás.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora