Los Linces del Soho 5

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—Alicia Blair —se levantó el mediano del grupo, separando los brazos del cuerpo y balanceándose junto a la botella de vidrio hacia atrás, casi hasta tropezarse. Todos rieron ante su estado de embriaguez—, este ritual de bienvenida lo hacemos siempre. Siempre, Ali, de verdad, prometido. ¡En pie!

Ella, asombrada por el comportamiento, le hizo caso y se levantó. Creyó encontrar en la atmosfera que rodeaba esa taberna a rebosar de gente, entre las paredes de ladrillos, un brillante humo de colores que subía. No, no era el del humo del tabaco. Los chicos, ni nadie dentro de ese local, presentaban esos colores vivos, con sus harapos viejos y sus pieles sucias y pálidas, pero de ellos parecía salir esa chispa de vida que Alicia percibía, y que regalaban vida por todos los hombres que utilizaban aquí sus ratos de libertad, fumando y bebiendo como cosacos. Las pocas mujeres que había, Alicia podía jurar, que eran prostitutas.

A un lado del local, en unas escaleras que llegaban a un lugar desconocido, el pequeño Félix, Axel y el chico del nombre de pirata presenciaban el espectáculo sentados en los escalones de madera. Charly Kay y ella estaban de pie frente a ellos, y el muchacho del cabello rubio, el más ebrio de todos ellos, se agachó ligeramente para hacerle una reverencia a la niña, y le agarró la mano para besársela con un pequeño roce de la inseguridad cogida de manos y de pies por su borrachera. Nadie de ahí sabía que ese niño con trenza era en realidad mujer. Después de eso, se apartó para coger una petaca y algo más que Alicia no logró ver, y que se escondió tras la espalda. Le tendió la botella e hizo un ademán para que bebiera.

—Adelante.

—¿Qué es esto?

—Una petaca. —dijo—. Cortesía del ladrón Kay.

Él había robado esa petaca de plata, estaba claro. Aun brillaba y estaba segura de que si acercaba a olerla seguramente percibiera hedor a dinero y a algún perfume caro echado a grandes cantidades. Pero era bonita, alargada y suave, y tenia unos relieves de flores que no combinaba nada con sus uñas sucias, ni con el ambiente humeante del local. Sintió que no era merecedora de tocar semejante objeto, pero solo fue un segundo, porque al imaginarse que pudiera ser posesión de alguien como el señor Berrycloth, le entraron muchas ganas de romperlo en mil pedazos. Rápidamente, destapó la petaca y le dio un largo sorbo, aunque no se acabó el contenido. En cuento tragó, el líquido le quemó la garganta y el esófago, y notó como llegaba a su estómago mientras la piel se le erizaba de golpe. Era asqueroso, pero los demás se carcajearon de su reacción.

—¡Que blanda! —exclamó Félix entre risas.

—Eso es porque aún no es un hombre. Bueno —se interrumpió a sí mismo—, una mujer que parece un hombre.

Por un momento, Alicia Blair creyó que le iban a cortar la melena y le iban a hacer mear de pie contra una pared. Pero no fue así, de hecho, se sintió culpable por pensar tales barbaridades cuando la realidad fue que Charly sacó, de detrás de su espalda, una gorra. Los demás chicos poseían la suya propia, que no solían quitársela casi nunca. De hecho, por la mañana Rudy había utilizado la suya para robar. Ahora ella iba a tener una para ella, convirtiéndose así en un Lince del Soho. Ya no se sentía tan intimidada por la idea, tal vez porque no veía a esos niños como villanos, o por su ebriedad, o porque robar no le había parecido tan horrible. Y se sentía dichosa. Había conocido más acerca de Rudy, viéndolo con otros ojos, había conseguido robar y salir victoriosa de ello. Tenía un hogar y una familia.

Charly le colocó la gorra a la niña con una sonrisa, y cuando levantó la mirada de nuevo, se encontró sonriendo con orgullo hacia el muchacho, que le respondía igual. Volvió a abrir la botella y se la acabó de un último trago, e intentó hacerse la fuerte para no volver a poner esa mueca de asco, y se la entregó vacía a Charly, golpeándole en el pecho con ella, demostrándole que era merecedora de pertenecer a ese pequeño grupo de maleantes. Aun así, el más sorprendido viendo toda la escena, fue Axel, que no imaginaba jamás ver a su inocente compañera de trabajo así.

No tenía nada que ver con la imagen dócil que presentaba a la hora de comer, o cuando le calentaba las manos a Ingrid.

Se sobresaltó cuando Félix pegó un salto y fue a abrazar a Alicia, apartándola del otro chico. Se apretó contra ella y musitó algo que no pudo escuchar. Enseguida se unió Charly al abrazo, aunque no fue tan efusivo. Los últimos dos muchachos que quedaban, también se incorporaron y se acercaron.

—Estás más guapa siendo un muchacho —confesó Axel, aunque con cierto tono de burla.

Le sonrió, sabía que se compadecía de ella, y que estaba más guapa de chico porque se la veía más vivaracha, más grande. Entonces cayó en la cuenta de que aún conservaba el pañuelo que su compañero le había dado hace días, la mañana en la que Ingrid murió. Se llevó las manos al cuello y se desató el pañuelo prestado bajo la mirada de Axel. Se lo tendió, pero este se quedó con la mirada clavada en la de la muchacha, sintiendo compasión por ella. También recordaba cuando le entregó el trapo, recordaba haberle dicho que sus esfuerzos por ayudar a su amiga eran en vano. El remordimiento se hizo presente en el estomago del pobre obrero, y pensó que, aunque llevara la razón, no debería haberle anunciado la muerte de su mejor amiga. Al final, no tuvo más remedio que tomar el pañuelo y atárselo en su cuello, recuperando lo que era suyo.

—Gracias por prestarme tu pañuelo.

Ahora tenía mucho más que un viejo pañuelo.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora