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Sábado por la mañana, a la misma hora que los días anteriores, Alicia Blair se dirigía a la parte trasera de la librería Hatchards a toda prisa, con una alegría desbordante por volver a ver a Rudy después de leer esa carta. El sol brillaba tímido después de casi un mes con el cielo tapado y se había vestido con su vestido favorito, con unos guantes y un mantón blanco de manila que la protegía del frío.

Cuando estaba doblando la primera esquina, se encontró con quien menos se esperaba. Era el señor Berrycloth y su esposa, que se sorprendieron al ver la expresión de Alicia. Ella se paró en seco y su expresión alegre se esfumó, dejando paso a una seriedad que ella no tenía pensada poner en toda la mañana. Se puso rígida y se colocó las manos frente a su vientre, en una postura elegante y sobria tal y como a esa familia le gustaba.

—¡Alicia, buenos días! ¿Dónde vas con tanta prisa?— Le preguntó Katherine buscando el engaño oculto de la aludida.

—Buenos días, señor, señora— Saludó al matrimonio— Iba a dar un paseo, a disfrutar de este soleado día, ¿y ustedes?

—Íbamos a traerle una cosa al señor Hatchard, un pequeño detalle de nuestro hijo— Explicó el hombre—. Pero ya que te hemos encontrado aquí...

El señor Berrycloth dio un paso hacia delante, separándose de su mujer y se acercó a la joven, sacando una cosa de dentro de su abrigo. Era una caja azul plana, con una fina línea dorada a los márgenes. Se la tendió a Alicia y esta la agarró con indiferencia. Estaba segura de que dentro se encontraría con una joya, una que a Quentin le gustaría que llevara puesta esta misma noche. Lo que no entendía era por que no se lo había entregado él mismo.

Alzó la vista y miró a Howard Berryclotch con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados a causa del sol.

—Puedes abrirlo.

Le hizo caso, la caja costaba un poco de abrir pero enseguida vio el collar que se encontraba en el interior. Una gargantilla sencilla, de tela blanca con bordado de encaje, y con una lágrima de esmeralda en el centro, agarrada con una pieza metálica que hacía que colgara. Alicia tuvo que admitir que era precioso.

—Es una pieza preciosa, señor Berrycloth. Dele gracias a su hijo de mi parte, por favor.

—Me ha dicho que le encantaría que lo llevaras esta noche— Sonrió altivo, sabiendo que fue ella quien le propuso tener una cita, y creyendo que sentía algo por su hijo. Que su plan había salido bien.

—Por supuesto. Nada más verlo he pensado que sería buena idea ponérmelo para nuestra velada— Mintió, pero quería irse lo antes posible de ahí, había quedado con Rudy e iba a llegar tarde—. Bueno...

Pero no le dejó terminar la frase.

—¡Ah!, por cierto— Hizo el hombre—, Quentin también me dijo que esperarías a que yo decidiera un día para visitar la industria. Me pareció un detalle que tuvieras en cuenta mi apretada agenda.

—Más faltaría. Creo que es mas conveniente ser yo quien me adapte a usted.

—Pues crees bien— Bromeó el señor Berrycloth, señalando a la muchacha—. Pero bendita casualidad habernos topado esta mañana. Tengo la mañana libre y la fábrica está abierta— A Alicia no le gustaba en absoluto el rumbo que estaba teniendo esta conversación.

—¿A que se refiere, señor?

—Me refiero que es un buen momento para ir a ver la fábrica, ¿no? No se si tenías algo entre manos por hacer, ¿que te parece?

Alicia se mordió los labios. Si, tenía un asunto que atender, más bien a alguien a quien ver, pero eso no podía decírselo al señor Berrycloth. Estaba prometida con su hijo y no le causaría ningún agrado que ella fuese a verse con otro hombre, mucho menos de clase media. Tampoco podía mentirle y decirle lo mismo con lo que se había excusado con su padre, pues salir a pasear no era un pretexto adecuado como para no ir a ver ese lugar que tan malos recuerdos le traía. Por último, tampoco podía contarle otra mentira, ya que al hablarlo con el señor Hatchard se sabría que había engañado a ambos en tiempo récord.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora