Los Linces del Soho 1

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La cara del señor Berrycloth no reflejaba simpatía. Alicia juraba que ni siquiera le había visto sonreír jamás.

Muerta de frío, la niña castaña comenzaba su jornada. Hacía más de tres semanas que no se peinaba, y no recordaba la última vez que se había duchado, aunque sí que creía que había sido en otoño, antes de que llegara el frío, pero después de haber estado una eternidad subiéndose las mangas de su vestido por el calor.

Últimamente le picaban mucho los ojos, pero nadie miraba a nadie directamente en ese lugar, y menos a Alicia Blair, que con unos enormes ojos pardos, solía mirar hacia la ventanita del fondo de la fábrica con una mirada deseosa de libertad. Ingrid solía decir que la mirada de Alicia provocaba desnudez, como si ella pudiera ver sus entrañas y sus secretos más oscuros. Las faldas marrones le pesaban cuando tenía que subirse a la barra de metal para poder llegar a su tejedora. Pero no podía dejar de hacerlo. Al menos, aún no tenía la suficiente edad como para ser obligada a vestir corsé ni esas faldas largas hasta los pies. Estaba harta de ver a mujeres tropezarse y subir y bajar su pecho en busca de un poco más de ese oxigeno cargado. Cuando había visto a alguna que otra niña de poco más de su edad con esas piezas asfixiantes, se sentía agradecida de no tener que llevar uno a tan corta edad. De hecho, con ocho años, Alicia presentaba una imagen mucho más infantil de lo que realmente era tras tantas horas haciendo en silencio en ese repetitivo trabajo que ni siquiera la dejaban crecer. Sin embargo, había creado en su mente un puñado de historias, que, si algún día se apropiaba de papel y mina, y aprendía a escribir, plasmaría sus cautivadores cuentos allí. Aunque no era de las más jóvenes, sí que era de las niñas más menudas de la fábrica.

Su trabajo era tan repetitivo que lo hacía sin pensar: se subía a la barra, colocaba el tejido, cambiaba el patrón y comenzaba a tejer, teniendo cuidado de que no se atascara o se soltara ninguna pieza. Luego paraba, volvía a montarlo desde cero y comenzaba otra vez. No sabía con exactitud cuantas personas trabajaban ahí, de hecho, le costaba contar cuando pasaba de los treinta, pero tenía por seguro que la cantidad de tela que se producía ahí era desorbitada.

El reloj marcó el medio día y la fábrica quedó abandonada y silenciosa mientras los trabajadores se dirigían con unos boles a una tribuna, donde les servirían un cucharón de gachas y un mendrugo de pan de dudosa fiabilidad. El comedor en si era una fría y enorme sala de piedra y ladrillos, donde habían colocadas seis mesas largas de madera con un fino banco sin respaldo, dispuestas en dos columnas de tres. En el medio y delante de todo había una pequeña tribuna: des de ahí vigilaban que todo el mundo tuviera sus ojos clavados en los platos de comida. Y la boca cerrada.

Como siempre, Alicia Blair buscaba a su única y charlatana amiga Ingrid, que casi había perdido todos sus dientes y presentaba un aspecto similar al de un muerto: se le había caído una gran parte de su pelo que debió ser de un rubio precioso, obligándola a taparse la cabeza con un pañuelo. Los labios los tenía llenos de heridas blancas y la piel transparente. Pero el niño que se había sentado frente a ella tampoco parecía mucho más sano, pues su ojo izquierdo estaba medio cerrado y grisáceo a causa de una ceguera. Pero tenía las mejillas siempre rosadas. Siempre se sentaba junto a ellas y Alicia juraba que era el último en terminarse el plato, y no sabía si era porque no le gustaba o porque en casa debía alimentarse mejor.

—¿Has escuchado el grito de esta mañana? —le susurró Ingrid después de dos cucharadas rápidas de ese potaje.

Era verdad, sobre las nueve de la mañana se había escuchado un alarido que había asustado a casi todos los trabajadores menores de quince años; los adultos ya debían a estar acostumbrados a gritos de dolor. El señor Berrycloth, tras ese chillido, había bajado de su despacho y se había llevado a una adolescente a un lugar que por la distancia Alicia no llegaba a ver.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora