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—<<Pero si no lleva nada puesto... Es, es un niño el qu-que dice que no lleva...—entrecerró los ojos, acercando el cuadernos a sus ojos—, ¡nada puesto!>> —exclamó emocionadado.

—Repítelo.

—Pero si no lleva na...

—No, así no —rió Alicia—. Tienes que sentirlo, Félix. Leelo como si fueras esa persona.

—De acuerdo: <<P-pero... ¡si no lleva naaada pu-puesto!>> —su interpretación, al no saber leer, era pésima. Se atragantaba con cada palabra. Tragó con fuerza y miró a Alicia con una mueca de frustración—. ¡Es muy difícil!

—Lo hago yo primera, ¿vale?, y luego lo repites tú —dijo entendiendo al muchacho, quien asintió enérgicamente. Alicia sonrió enternecida y carraspeó antes de coger el libro con una mano y alzar la otra al aire, como si actuara—. <<¡Pero si no lleva nada puesto! ¡Es un niño el que dice que no lleva nada puesto!>>.

—<<¡Pero si no lleva nada puesto! ¡Es un niño el que dice que no lleva nada puesto!>> —exclamó el niño aun mas fuerte, levantándose del sofá y atrayendo las miradas de los demás.

Se encontraba en Bloomsbury, en casa de Rudy y Félix, quién le había pedido que le enseñara a leer dos días antes. Había traído una recopilación de cuentos de Hans Christian Andersen y se habían sentado en el sofá de la gran sala a leerlo, mientras Rudy preparaba té. Después, él se había mantendido al margen, sentándose frente al piano con un papel y una mina, dispuesto a componer. Alicia no podía dejar de pensar que esa era la escena perfecta, y cuanto le gustaría revivirla cada día.

La claridad de un día típicamente nublado entraba por la ventana, anunciando que el invierno iba quedando atrás poco a poco. Había pasado ya mucho tiempo, lo notaba en que, el día que había huído en busca del violinista, el suelo de Londres estaba cubierto de blanco, y aunque ya no nevaba, recordaba como el baho le salia de entre los labios al intentar recuperar la respiración. Y esque Rudy le había puesto la vida patas arriba, y también le había abierto los ojos, y la había hecho sentir fuerte y valiente, aunque no lo suficiente como para poner punto y final a su matrimonio concertado. Eso había sido de cobarde, y probablemente el pedirle al muchacho que tocara durante la boda, también. Pero él seguía ahí, observando a Félix tras haberse emocionado interpretando esa escena del cuento. Y ella lo miraba encantada, escrutando sus ojos brillantes y su boca entreabierta, con las comisuras hacia arriba y el cuello estirado, que acababa escondiendose en una camisa blanca.

Recordó por un instante el deseo que sintió noches atrás y se mordió el labio, mirando el primer botón atado que escondía el cuerpo ya crecido del antiguo truhán. Y él le devolvió la mirada, sorprendiéndola en el acto, viendo sus ojos puestos en la parte baja de su cuello y el labio inferior atrapado entre sus dientes. Le sonrió con la boca cerrada mientras ella apartaba la vista completamente sonrojada.

—Muy bien, Félix —su voz sonó un tanto entrecortada.

—¡Gracias! —dijo, y se sentó de nuevo al lado de Alicia—. Sigo.

La verdad fue que Alicia Blair no atendió mucho más a las últimas frases que el niño pronunciaba torpemente, sino que su voz había quedado en segundo plano, y su mirada se había quedado clavada en un punto de la hoguera apagada frente al piano mientras seguía reflexionando. Así que cuendo Félix finalizó su lectura y cerró el libro con decisión, Alicia se sobresaltó, pegando un pequeño salto en el sofá y ahogando un pequeño grito.

—He terminado —afirmó sonriente girando la cabeza hacia ella.

—Tu primer libro... —Alicia se echó hacia delante.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora