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—No te has puesto el colgante— Dijo Quentin nada más entrar en el carruaje con Alicia. Ya tardaba en mencionarlo.

—No combinaba con el vestido que había escogido— Contestó seca.

—¿Y no podías haber escogido otro vestido?— Volvió a preguntar, y añadió:—. Uno más adecuado para esta velada.

Ni siquiera contestó. Miró hacia abajo, intentando parecer arrepentida y pasaron el trayecto apenas sin dirigirse la palabra. Alicia no estaba ahí por él, sino para ver a Rudy, a quien no había visto por la mañana. Bajó del carruaje agarrada de la mano del muchacho y luego se le agarró del brazo, notando el frío. Parecía mentira que esa misma mañana hubiera hecho tan buen tiempo.

Miraba por todas partes, intentando distinguir al violinista entre el montón de gentes trajeadas. No lo vio en la entrada.

Se adentró con Quentin en el restaurante y un estirado metre les acompañó hasta la mesa, una redonda con un largo mantel blanco, y sillas de terciopelo rojo y blanco, igual que las paredes. Estaba a rebosar de gente, se respiraba un ambiente animado, pero demasiado lujoso para el gusto de Alicia. Le apartó la silla, y ella, sin caer en el detalle mirando alrededor en busca de Rudy, se sentó sin siquiera agradecérselo. Luego se sentó él en su butaca, y carraspeó.

—¿Que bien que estemos aquí, los dos, verdad?— Sonrió y estiró el brazo con intención de agarrarle la mano a Alicia. Ella, al verlo, no tuvo más remedio que subir el brazo de debajo de la mesa y cogerle la mano a su prometido. Ella sonrió y asintió—. Estas muy calladita.

—Estoy nerviosa— No mintió, pero no lo estaba por estar con Quentin, precisamente.

—Así que te pongo nerviosa...

—Buenas noches, bienvenidos al Wiltons— Irrumpió un hombre que debía trabajar para el restaurante. Iba igual de trajeado y portaba un pañuelo relucientemente blanco colgando del brazo. Alicia se preguntó por que—. Les traigo las cartas.

—Descuide, sabemos lo que vamos a pedir.

—Ah, ¿si?— Hizo Alicia, ganándose una mirada de desaprobación por parte de su acompañante.

—Alicia— Le murmuró para avisara. Ella escondió una risa, ¿quién se creía?—. Si, señor. Nos encantaría probar las recomendaciones del chef, y una botella de Oeil de Perdix, si es tan amable.

—Por supuesto, señor.

Mirando como el esbelto hombre se marchaba rumbo a algún lugar del local, Alicia vio sobresalir entre las mesas y los amantes cenando y compartiendo sus pensamientos, unos ojos grises que solo podían ser de una persona. A Alicia se le puso el vello de punta y ahogó un suspiró. Estaba resplandeciente. Y se le veía asustado. Le recordaba a ella misma, le recordaba la primera vez que robó, en esa tienda de relojes, veía su expresión en él. Inocente, intimidado, y hermoso.

Se había quedado embobada mirándole, y había aflojado su mano sobre la de su prometido. Toda su atención era para Rudy. Había entreabierto la boca y se había relajado en su asiento.

Pero Quentin notó como parecía que se disipaba de su cita con él.

—¿Que ocurre?

—¿Que?— Preguntó al instante. Acababa de volver al mundo real, pero su voz aun se escuchaba suave. Agitó la cabeza por un momento; tenía que centrarse—. Perdona Quentin. Es que este es un lugar muy bonito. Me había quedado embelesada. Discúlpame.

—No te preocupes. Me alegro de que te guste.

—Si, es maravilloso. Y después de observar los platos de los demás clientes, la verdad es que estoy hambrienta. Tengo ganas de probar lo que nos has encargado.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora