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Con cuidado me puse aquella mascarilla que detestaba con el alma, y un par de guantes quirúrgicos, sumando a mi look unas gafas plásticas transparentes como aquellas que se utilizaban en los laboratorios, y me vestí con mis peores prendas; una camiseta burdeo con un par de manchas por químicos que me salpicaron y un pantalón en la misma situación. No olvidé ponerme aquellos crocs negros que mi hermano me había regalado hace un tiempo, y aunque pareciera un completo ridículo, puse bolsas plásticas en mis pies, evitando que se salieran al caminar poniendo elásticos en sus esquinas.

—Ya regreso preciosa. —le dije a mi cachorra, que permanecía en su felpuda cama durmiendo.

Tomé las llaves que estaban sobre la mesa y salí de mi apartamento para dirigirme sin pensarlo a las escaleras, ni loco me iría por el elevador, muchas personas pasaban por ahí todo el tiempo, el botón estaba lleno de bacterias, además, sólo vivía en el quinto piso, no era molestia para mí ejercitar un poco las piernas. Agradecí a todos los dioses por no toparme con ninguno de mis vecinos, muchos de ellos eran unos irresponsables, y andaban por ahí sin mascarilla o protección alguna.

Sonreí suavemente cuando llegué a la recepción del lugar y vi a un muchacho cargando un gran paquete en sus manos, aunque mi sonrisa no tardó en desaparecer cuando pude visualizar su nariz fuera de la tela, ¿tenía la mascarilla mal puesta? Negué en desaprobación, y me acerqué en su dirección lentamente, hasta quedar a un metro y medio de distancia.

—¿Es usted Paul McCartney? —yo asentí— traigo un paquete de... uh... —mordí mi lengua un poco impaciente ante su letargo por buscar la etiqueta.— Ah, un paquete de Amazon.

—Lo sé. ¿Dónde firmo? —pregunté, intentando acelerar las cosas. El chico dejó mi paquete en el suelo y yo cerré mis ojos por unos segundos. Muchos pies pasaban por ahí, y la mayoría de ellos venían de la calle.

—Firme aquí, señor McCartney. —¿dijo señor? Maldito niño, sólo tengo veinticinco, y sé que no aparento más que eso.

Cuando vi que me extendió un lápiz para firmar en la planilla, me negué de inmediato, sacando uno que había guardado con anterioridad en mi bolsillo, un cómico lápiz de color rosa con un gatito en la punta, un obsequio de mi hermana pequeña la última vez que nos vimos. Al terminar, ambos nos despedimos desde de nuestro lugar con un simple "adiós" y "gracias", yo dejé el lápiz sobre la caja y la tomé, dirigiéndome de regreso a las escaleras, subiendo hasta llegar al quinto piso y caminé a mi apartamento.

Tomé la caja con una de mi manos, sacando las llaves de mi bolsillo y abriendo la puerta con rapidez, y dejé la caja frente a mí, quitandome las bolsas de los pies antes de entrar, cerrando la puerta detrás de mí empujandola con mi trasero, caminando con rapidez hasta la cocina para deshacerme de los guantes, la bolsa y la mascarilla, tirandolos a la basura. Lavé mis manos con agua y jabón por unos minutos, para secarlas con suavidad cuando terminé con una pequeña toalla que había dejado antes ahí, y me quité los lentes finalmente, regresando a la sala de estar para dejarlos junto a la caja en el suelo. Busqué aquellas toallas desinfectantes que tenía sobre un mueble, y también aquél desinfectante ambiental en aerosol, del cual presioné su botón y aguanté la respiración mientras me lo echaba en todo el cuerpo, y luego sobre la caja.

—Lo siento preciosa. —me disculpé con mi pequeña hija perruna, viéndola cubrir su nariz con una de sus patitas por el terrible aroma.

Mamá me la obsequió hace un mes cuando notó que pasaba mucho tiempo sólo en mi apartamento, además, yo no salía de aquí si no era por cosas puntuales, las calles estaban llenas de gente y eso me ponía ansioso, algo que no ocurría antes cuando todo era normal, y podía no usar mascarilla o preocuparme mucho menos de la limpieza.

don't touch me ; mclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora