epilogue

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—Gracias señora, quedaron hermosas. —la mujer frente a mí me brindó una gran sonrisa, y me dirigí con rapidez hasta mi auto, despidiéndome de ella tras la ventana con un simple movimiento de mi mano.

Me quité la mascarilla, dejándola en mi bolsillo, queriendo darme un pequeño golpe en la frente al darme cuenta de que otra vez la había utilizado. Con el pasar de los años el virus logró mantenerse controlado, los médicos y científicos lograron crear la vacuna perfecta, dejando al coronavirus como un simple resfriado más. Sólo debíamos ponernos vacunas anualmente tal y como se hacía con la influenza, y no la pasaríamos tan mal si nos contagiábamos. Es por ese motivo que las mascarillas dejaron de utilizarse, la sociedad logró normalizarse poco a poco, pudiendo regresar hasta aquél 2019 donde nada ocurría aún, viviendo tranquilamente nuestras vidas sin la preocupación de que podríamos morir en cualquier momento gracias a un virus.

Yo aún no conseguía dejar de utilizar la mascarilla por completo, estaba tan acostumbrado a llevarla en mi rostro que me la ponía siempre para salir, como si fuese un prenda de vestir más. Pero era algo que poco a poco intentaba dejar de hacer. Sean siempre me recordaba antes de salir que me la quitara, y sintiéndome torpe le hacía caso. El mundo estaba cambiando, y yo debía hacerlo junto a él.

Le di un corto vistazo al grande y bonito pastel que descansaba junto a mí en el asiento de copiloto, sabiendo que John lo amaría, y luego volteé a los asientos traseros, observando el segundo, teniendo un diseño completamente distinto al otro, pero tenía la certeza de que mi hijo saltaría contento cuando lo viera. Aquél nueve de octubre realmente me estaba esmerando en darles una gran sorpresa a mis hombrecitos favoritos mientras que uno estaba en la escuela y el otro trabajando. Quería que fuese un cumpleaños espectacular para ambos.

No pude evitar sonreír con ternura al ver en aquél asiento para niños sus ojitos abrirse lentamente, y con su pequeña manito refregar uno suavemente, mientras que con la otra despejaba sus rubios cabellos que le habían cubierto el rostro. Primero observó por la ventana durante unos segundos, y luego me miró a mí, enseñándome sus bonitos orbes color avellana, sonriéndome suavemente, enseñándome todos sus pequeños y blancos dientecitos.

—¿Y el pastel? —preguntó con una voz perezosa, y reí porque había sido lo primero que preguntó al despertar.

—Mira a tu lado. —respondí, y me obedeció, abriendo los ojos en grande con sorpresa.— ¿Crees que le guste a tu hermano?

—¡Por supuesto que sí papi!

Le sonreí con suavidad, y me estiré con dificultad hasta ella, acariciando suavemente su mejilla, para luego regresar a mi asiento y ponerme el cinturón. Le pedí que se sentara correctamente en su sillita, porque ya tenía los cinturones correspondientes abrochados, y emprendí rumbo hasta nuestra casa, manejando con cuidado y lentitud para evitar un accidente con los pasteles, pues no quería estropearlos.

Llegamos en un par de minutos, mientras oía a mi pequeña cantar aquellas canciones infantiles que le había puesto en la radio con furor, como si estuviese en un concierto. Yo no dudé en acompañarla con mi voz, haciéndolo sólo con tal de oír sus carcajadas y risas, cantando aún más fuerte, haciendo aquél increíble dueto juntos. Cuando llegamos a casa desabroché sus cinturones, y la tomé cuidadosamente entre mis brazos para dejarla en el suelo, y ella no dudó en correr por todas partes. Los niños estaban repletos de energía.

Abrí la puerta de la casa y llevé uno de los pasteles cuidadosamente hasta la cocina, para luego regresar al auto en búsqueda del siguiente, mientras que mi hija me ayudaba llevando las bolsas con las compras que habíamos hecho en la mañana. Dejé los pasteles en el congelador por el momento, evitando que se pusieran malos, y rápidamente me puse un mandil para cocinar. Por suerte aún era temprano y tenía los tiempos perfectamente calculados.

don't touch me ; mclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora