Prólogo

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Cuando pienso en Azazel lo primero que se me viene a la cabeza es: Infinito

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Cuando pienso en Azazel lo primero que se me viene a la cabeza es: Infinito. 

Esa es la única palabra que podría expresar todo lo que siento. 

Mis ojos se llenan de lágrimas cuando tan solo lo recuerdo, es doloroso. 

¿Por qué todas las personas que entran a mi vida tienen que irse sin avisar? 

Es como si supieran que al no decir nada el daño es más fuerte, más duradero e increíblemente tormentoso. 

Cuando las personas se van el cerebro tarda en procesarlo, no sé si es porque de alguna forma se solidariza con el corazón o si es parte de un tipo de mecanismo. Solo sé que el vacío en mi pecho parece interminable. 

Hace unos momentos él estaba allí, a mi lado, diciéndome que todo estaría bien, que seríamos felices. Él me amaba. 

Puedo jurar que él me amaba, yo lo sé, ellos no tienen por qué negarlo ya que la que sintió su corazón palpitar de manera increíble bajo su mano fui yo. 

Sin embargo no sé cómo acabe así. 

Corriendo hacía mi casa con el teléfono en la mano, escuchando las mismas míseras palabras cada dos minutos. 

Es Azazel, si no te contesto es porque tengo mejores cosas que hacer, ...o Daniela me hizo galletas. 

Luego oigo su risa, no puedo evitar dejar caer una lágrima al escucharlo. 

Insisto pero la respuesta es la misma, no puede ser cierto lo que ella me dijo. Simplemente no puede ser cierto. 

Meto las llaves para empezar a subir las escaleras hasta llegar al segundo piso. Mi mano se detiene en el picaporte. 

Abriré esto y él estará allí, diciéndome que esto es una broma, y que quiere leer mis libros. 

Pero no es así. 

A penas abro la puerta puedo distinguir a mi madre y a su hermano en el sofá; no están solos, policías y una señora bien presentable están frente a ellos. 

El aire me empieza a faltar, no puedo respirar, el aire no puede entrar; o tal vez no quiere porque sabe lo que significa que ellos estén allí. 

Me empiezo a hiperventilar, mis pulsaciones son cada vez más rápidas, siento como si me hubieran tirado un puñete en el pecho y veo mis manos temblar. Los sollozos salen por sí solos, al igual que los gritos. 

En menos de diez segundos ya estoy llorando en el piso abrazándome, si él estuviera aquí sabría que decirme, me diría que respire con él y que me calme. 

Sin embargo, en su lugar aparece mi mamá, quién me abraza y llora conmigo. 

—Todo estará bien, mi amor, tranquila, intenta respirar. —me pide susurrando, sé que a ella también le duele, no por él; ella lo odiaba, si no por lo que él significaba para mí. 

Pero nada está bien, Azazel se fue y no estoy segura si lo volveré a ver. 

Cuando lo conocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora