23. Susurros

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Capítulo XXIII: Secretos revelados.


Una mañana de agosto en una escuela en algún lado del mundo. 

Daniella. 

—Linea erótica, ¿Con quién tengo el placer?

—Deja de hacer eso, Marina. —digo sintiendo la calentura llegar a mis mejillas. 

Golpeo la plantilla de mi zapato con el suelo repetidas veces mientras veo a los autos pasar frente a mí. Estuve tanto tiempo aquí que mi maleta empieza a pesar y mi cansancio no ayuda. Odio la temporada de exámenes. 

—Tranquila, nena. Solo estoy practicando, ¿Sabes que se gana bien en la linea erótica?

—¿No ibas a ser psicóloga? 

—Resulta que para ser psicóloga tienes que tener tu cabeza controlada, lo cuál no tengo y tampoco tengo las ganas de hacerlo. Así qué, ¿A qué hora llegas?

—¿Cómo que a qué hora llego? Dijiste que pasarías por mí. —frunzo el ceño confundida y empiezo a prestar atención a los ruidos de fondo que suenan por el teléfono. —Marina, ¿Estás en la escuela? 

—No. —se queda en silencio por un momento. —Bueno, sí. Pero en mi defensa... no, no tengo nada para defenderme; solo mi pésima memoria. 

—¡Marina García! —grito empezando a correr, si tengo suerte podré llegar antes de que cierren las puertas. —¡Hoy hay examen! 

—¡Perdón! Te juro que si no te dejan entrar, yo te ayudo a subir por la ventana. 

—¿Se supone que eso es bueno?

—Si quieres puedo seducir al profesor de inglés para que te abra la puerta...

—¡No, Marina! Ya lo hablamos, no seducirás al profesor de inglés. —me detengo por un instante jadeando, me apoyo en mis rodillas. Debo hacer más ejercicio. —Escucha, te llamo luego. 

—Te odio, nena. —dice intentando subirme el ánimo, haciendo referencia a la vez que nos conocimos. 

Cuando estábamos en el jardín de niños, la maestra nos obligaba a decirnos cosas que nos gustaban de la otra persona; lo cuál era muy tonto si lo vez desde la otra perspectiva. Me tocó con Marina, quién en el instante que me vio me dijo te odio, yo le dije lo mismo y la maestra nos castigó a las dos por no ser "progresivas". 

Suelto un suspiro, solo a ella se le podría olvidar algo que acordamos ayer. 

—Yo más. —digo cortando y guardando el teléfono en la maleta, no sin antes ver de reojo la hora. 

Solo me quedan menos de diez minutos, no voy a llegar. 

Paso mi mano por mi cabello y me hago aire con la mano para poder recuperar el aliento. ¿Hace cuanto que no corro?

Mi corazón se dispara al contemplar como un auto negro se estaciona frente a mí, pero una sonrisa aparece en mis labios cuando baja la ventana. 

—Buenos días, señorita ¿Tan novio y sin linda? —suelto una pequeña risa. —¿Así no era, verdad?

Niego con la cabeza, Azazel me hace una seña con la mano e inmediatamente abro el asiento de copiloto para ocuparlo y dejar mi maleta en la parte trasera.

Entonces me detengo por un instante para examinar el auto, es increíble y se nota a leguas que es nuevo por las bolsas que trae en los asientos y en algunos espejos. 

Cuando lo conocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora