Llego a casa totalmente cansado. Rendido por un día de mierda en un trabajo de mierda. Lo primero que veo mientras me voy acercando al edificio donde vivo es a Camila con su enamorado besuqueándose. Los miro con el ceño fruncido y una cara de impaciencia.
Ya que tienen la costumbre de interrumpir el paso, sacudo mis llaves en señal de advertencia para ver si así los saco de su momento de pasión.
Camila vive en el apartamento frente al mío junto a su mamá. Ambas son dos gotas de agua salvo que la muchacha es de piel blanca como la nieve y tiene unos ojos que llegan a ser grises. No puedo negar que Camila es muy bonita y no tengo idea cómo es que llegó a parar a los suburbios de Lima. Además lo que no contrasta con ella es su enamorado de turno que tiene una traza de pandillero con ese corte de cabello tan de moda, las cejas depiladas y arete en la oreja izquierda.
Llegué a la edad en criticar a los chiquillos.
Me estoy haciendo viejo.
Al verme, Camila me sonríe dejando a notar una sonrisa perfecta.
-Hola, Will-dice sonriendo sin pizca de vergüenza-. Buenas noches.
-Buenas noches, Cami-mi rostro se relaja al verla.
La confianza que tenía con ella se remontaba a dos años antes cuando Camila y su mamá se mudaron a este edificio todo destartalado. Les ayudé a instalarlas durante mis vacaciones. En aquel entonces Cami tenía 16 años y ya se le veía "inquieta".
No me mal interpretes pero desde que llegó, la muchacha cada tres meses tenía enamorado nuevo. No los culpo pero ella y su cuerpo fitness eran capaz de sacar más de un suspiro... y una erección con sus 93-59-90.
Dado que la ventana de su cocina colinda con la mía, a veces la he visto entrar ahí solo en sostén. Viendo esos pechos enormes y blancos que se balanceaban alegremente a diestra y siniestra.
A veces creía que lo hacía a propósito para provocarme.
Hasta que lo logró.
En cierta ocasión, ella y su mamá discutían por las bajas notas de Cami en Comunicación e Inglés. Hablando con Nora, su mamá, le comenté sobre mis intenciones de enseñarle ambas materias a lo cual mi vecina se mostró de acuerdo.
Y así fue.
Tres días a la semana era nuestra cita una vez que ella terminara de almorzar y se bañara. Camila tenía la obligación de tocarme la puerta para avisar que era hora de empezar con el reforzamiento de sus materias.
Fuimos paso a paso y su "eso ya me lo sé", me desesperaba porque daba a entender que sí sabía todo y que se hacía la tonta.
-¿Por qué tu mamá dice que estás mal si veo que sabes todo?
-No sé-me respondió con esos impactantes ojos grises-. Creo que quiero joder a mi mamá.
-Eso no se hace, niña- le dije brúscamente.
-NO SOY UNA NIÑA- me espetó fuertemente y empezó a llorar. Luego me abrazó muy fuerte.
Estaba petrificado. No supe cómo reaccionar pero ella sí.
Lentamente, sus labios se pegaron a los míos y nuestras lenguas se encontraron juegueteando perversamente en un intercambio de saliva interminable.
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Criseli
Horror¿Hasta dónde llega el límite entre el amor y la obsesión mezclada con decepción?