-Pero ¿qué dices, papi?-se sorprendió Grecia al enterarse sobre mi intención de querer matar a alguien.
-En serio, mi amor, quiero matar a alguien. Se llama Luis. Es un tipo al que quiero dispararle hasta agotar las municiones que tengo. El arma ya la tengo, lo conseguí por Amazon. Solo quiero alguien quien me ayude a cumplir mi cometido.
-Vale, cariño, pero no pienses esas cosas mientras estés conmigo ¿estamos?
-Sí, disculpa, Grecia. Eres la única que me entiende y me acompaña.
Grecia se bajó de mis piernas para poder subir a la cama y hacerme masajes. Era reconfortante sentir sus senos en mi espalda mientras trataba de calmarme.
Ella ya no podía hacer nada más. Estaba decidido a matar a ese Luis sea como sea. Lo odiaba pero no lo conocía físicamente. Sentía cólera por él, sin embargo no sabía el por qué de las cosas. De algo sí estaba muy seguro: él debía morir sí o sí y yo me iba a encargar de ello. Ese Luis no iba a seguir respirando mientras estuviera metido en mi cabeza.
La sola idea de convertirme en criminal y que lleve mi hazaña al éxito me comenzó a carcomer el cerebro una y otra y otra y otra vez. No era una idea que se me ocurrió mientras Grecia me besaba por el cuello y yo apretaba su pezón rosado de sus ricas tetas. No. Ya lo venía planificando hace algunas semanas atrás, solo que necesitaba a alguien que se arriesgara a ser mi cómplice; que sea la carnada mientras yo lo lleno de plomo.
Grecia era la primera persona a la que le comentaba todo acerca de mis planes de matar a Luis. Nada me haría cambiar de opinión. Así ella me ofreciera el mejor polvo del mundo.
Grecia seguía con sus masajes. Sus delicadas manos sobaban mis omóplatos y mi espalda.
-Échate, mi amor-me ordenó cariñosamente.
Obedecí de inmediato y me puse boca abajo.
Aún tenía la verga dura a pesar que el chuparle los pies a Grecia ya había terminado cerca de veinte minutos. Ella se sentó a la altura de mis caderas y desde ahí sus relajantes manos comenzaron a proporcionarle paz a mi afligido cuerpo. Su sola e indescriptible paz lograba transmitírmela cuando masajeaba mi espalda. Era una nueva forma de comunicarme con ella.
A pesar de que ella trataba de relajarme, seguía con esa idea de realizar mi maquiavélico plan.
Primero: debía saber sus horarios; qué hace a dónde va. En qué momento está solo. A qué hora sale y vuelve del trabajo y todo eso.
Segundo: entrenar con el arma en un lugar alejado donde nadie pueda hacer preguntas o entrometerse demasiado con preguntas estúpidas. No tenía intención de sacar la licencia porque se trataría de un sólo crimen y eso sería todo.
Tercero: conseguirme un cómplice que me facilite el escape cuando ya haya matado a ese hijo de puta. Y, por supuesto, pagarle para que desaparezca para siempre.
Cuarto: desaparecer evidencia que me incrimine y eso significa deshacerme del arma y la ropa que lleve puesta ese día. Ya sea quemándola o arrojándola al río Rímac. No quedaba otra.
Mi furia interna iba en aumento cada vez que recordaba ese nombre. El nombre de ése imbécil. Él no lo sabía pero había hecho un gran daño en mí por lo cual debía pagar con su vida la afrenta que me hizo. No pensaba llegar a tanto pero era lo que merecía. Iba a ser juez, abogado y ejecutor. Su sangre quedaría en mis manos y con ello la dulce venganza que me daría un descanso a la ira inconfundible que tenía.
Grecia seguía acariciándome con sus manitos tan pequeñas. Ella era una diosa del sexo. Una hija digna de la lujuria. Sus pechos me electrizaban. Su ser me encantaba, sus ojos castaños, sus gruesos labios, su piel blanca. Ese cabello rizado. El tatuaje con el nombre de su hijo en su espalda hasta la cintura simplemente era encantador. No puedo obviar los hermosos pies que me hacían babear en cuanto los veía.
-Coño ¿es que a ti no se te va a bajar nunca?-dijo al ver mi verga aún erecta.
-Si quieres puedes chuparlo hasta dejarlo muerto.
Dada la experiencia de Grecia y dada mi capacidad de resistencia, ella empezó a corrérmela usando el sexo oral y el masaje testicular. No solo usaba su lengua, sino los dientes para rozar suavemente el glande con ellos. Eso me hacía vibrar y, en casi quince minutos, nuevamente mi ser le bañó las manos y parte de su boquita. Se saboreó chupándose los dedos llenos de mi semen.
Esta vez, Grecia me hizo ver estrellas. Esas estrellas que me decían repetidamente que siga a delante con mi plan mientras ese rico culo blanco estaba a mi disposición.
Dicen que la venganza es mala, pero yo siento rico cuando me vengo.
-¿Más relajado, papi?-inquirió
Claro que no estaba relajado, pero al menos una segunda corrida era todo lo que quería.
-Sí, mi amor-mentí. Eres todo lo que quiero en esta vida y en la otra. Sabes complacerme en todo lo que quiero. Jamás te cambiaría por nada.
-Gracias, cariño-un pequeño rubor creció en sus blancas mejillas.
Nuevamente entré a la ducha para poder relajarme un poco. Aunque ya habíamos concluido la sesión amatoria semanal, Grecia se acercó a mí y comenzó a mirarme. Sus ojos denotaban cariño, no el falso por el cual le paga buenas cifras de dinero, sino un brillo singular que me hizo quererla por primera vez. Me sonrió y me besó.
Nos besamos, sí. Qué bueno fue eso.
Sí, ya sé qué es lo que piensas. Muchas prostitutas no salen del oficio de un día para otro y, ante la primera necesidad, vuelven a las andanzas como si nunca hubiera pasado nada. O que crees que soy del tipo que le dice que la va a sacar de esa mala vida y que formaremos un hogar con dos hijos, una parejita, que se divertirán con su perro viviendo felices en una enorme casa con jardín.
No, te equivocas.
No me veo a mí mismo como a un ángel santo y puro, sino como un demonio que evoluciona constantemente.
Agradecí el beso de Grecia, salimos de la ducha con el agua aún transitando por nuestros cuerpos. Grecia era linda, pero no tenía intenciones de quedarme con ella y hacer una vida propia de un matrimonio feliz. Eso no iba conmigo.
Terminamos de vestirnos y cogí mi mochila para irme.
-¿Rey, te espero la próxima semana?-preguntó ansiosa.
-obviamente, mi amor. El próximo viernes también te separaré toda la tarde.
-Vale, cariño. Nadie más que tú mi vida.
Fue así que nos despedimos con un pequeño beso en los labios. La puerta se cerró detrás de mí y todo volvió a la normalidad de mi vida aburrida.
ESTÁS LEYENDO
Criseli
Horror¿Hasta dónde llega el límite entre el amor y la obsesión mezclada con decepción?