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Luego de esa afrenta de parte de Criseli, fui al trabajo con la rabia en los ojos. Las lágrimas que me caían eran por la cólera que sentía. Aquel ladronzuelo me la había quitado. Ese esperpento de hombre me había arrebatado al amor de mi vida.

Todo estaba gris y el frío entró en mi ser.

Inesperadamente, una lluvia cayó sobre Lima al tiempo que el cielo se tornó rápidamente en un gris triste.

Las personas comenzaron a cubrirse con lo que tenían a la mano porque las gotas que caían eran gruesas. Casi al instante las calles del Centro de Lima quedaron mojadas. Los autos que rondaban plaza San Martín encendieron sus parabrisas. Los turistas seguían tomando fotos al monumento de nuestro libertador a la vez que yo los veía de tal manera que su alegría no constrastaba con lo que me pasaba.

Al entrar a mi trabajo, fui directamente al baño a lavarme la cara. No dejaría que me vieran con los ojos hinchados por un amor imposible. Saqué de mi mochila humeda por la lluvia unos lentes falsos ya que eran simples lunas en una montura delgada y circular. Eso iba a disimular un poco mi estado de ánimo.

Cuando llegué al tercer piso que es el lugar donde trabajaba, saludé a todos con una sonrisa que no era mía igual que a mi jefa. Traté de que no me vieran directamente a la cara y se enteraran de lo que me pasaba; por lo que la tortura diaria iba a comenzar y se prolongaría hasta las once de la noche.

Cuando era las siete de la noche, salí a mi descanso. Fui a cenar con unas compañeras a un restaurante cercano llamado Beguis que se encontraba a una cuadra de donde trabajaba. Ahí preparaban un riquísimo pollo a la brasa y las papas fritas que servían eran muy generosas. Ni que decir de su ají de casa con un ligero picor y de gusto riquísimo. Algo que no tienen otros restaurantes que preparan este plato de bandera.

Esperamos cerca de quince minutos para poder comer. El olor del pollo a la brasa y los comensales disfrutándolo llenaba ese negocio tan rentable como siempre. El mesero llegó con nuestra orden más la gaseosa Inka Kola que pedimos para los tres. Helada como siempre para pasar mi trago amargo de la tarde.

Traté de pasar un rato agradable con mis compañeras Naomi y Esther con quienes nos reíamos un buen rato para olvidar a aquellos clientes idiotas.

La hora se pasó volando por lo que tuvimos que correr para llegar a marcar el final de nuestro break. Ya casi ni me acordaba de Criseli y de la estocada que me dio. No era justo para mí que yo siguiera pensando en ella y debía pasar la página sí o sí.

Pasó un mes sin saber absolutamente nada de Criseli.

Y pasaron dos.

Y tres.

Salir adelante no costaba nada. Lo que era difícil era olvidar a Criseli.

Hasta que apareció nuevamente un día en el que llegaba de hacer las compras. Esto de la independencia me estaba saliendo caro.

Criseli me escribió a esta nueva aplicación de mensajería instantánea llamada WhatsApp. Soll necesitabas tu número celular y te podías comunicar con toda la gente que querías siempre y cuando tuvieran esa app.

-Will, necesito un consejo.

-Sí, dime.

-Mi enamorado me ha confesado que se ha tirado a mi tío transexual.

No sabía si reír o llorar.

-¿Y qué quieres que te diga?

-¿Debo seguir con él?

-No sé, porque luego se hará el arrepentido y te convencerá que fue todo un error.

-Él me dijo que fue porque estaba borracho.

CriseliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora