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Al parecer la cura de silencio que le guardé a Criseli funcionó a medias. Es decir, no hablamos por casi dos semanas hasta que le di una tregua a sus constantes llamadas y mensajes de voz y de texto. Acepté que nos veríamos nuevamente en Plaza Vea para aclarar lo que nos venía carcomiendo desde hace siglos.

-Criseli, si fallas nuevamente, da por hecho que no me vas a volver a hablar.

-No, Will, esta vez no pasará nada. Te prometo que estaré ahí.

-Sábado a las cuatro por la puerta trasera de Plaza San Miguel.

-Ya, está bien- se notó un dejo de júbilo en su voz.

Creo que era un reverendo idiota al aceptar verme de nuevo con ella cuando ya había dejado en claro que no quería nada. Pero ahí estaba, todo un mangina que no podía decirle no a una chica por estar necesitado de amor.

El día de nuestra cita, el cielo se despejó para dar paso a un sol luminoso en todo su esplendor. No obstante, un aire muy frío recorría las calles por lo cual decidí llevar una casaca azul marino Nike para abrigarme ya que el frío se iba a acrecentar conforme el día vaya llegando a su ocaso.

Antes de salir llamé a Criseli para saber si iba a ir. Confirmó nuestra cita y dijo que ya estaba en camino.

Me apuré en ir a Plaza San Miguel-una vez más- a ver a mi amor casi platónico.
Tomé un taxi para poder llegar antes pues consideraba que es de muy mal gusto dejar esperando a una chica. No importó el costo de la carrera, lo único que quería era llegar y verme con Criseli y así entregarle lo que había comprado para ella.

Entonces me di cuenta que estaba por romper la amistad que tenía con Joaquín. Una amistad de diez años por querer ser el enamorado de su hermana.

¿En verdad me atrevía a tanto?

¿En verdad resultaría estar con alguien que apenas tenía la mayoría de edad?

¿Podía tener esperanza alguna con una chica a la que le llevaba once años?

No tenía las respuestas para ello. Yo lo único que quería era estar al lado de Criseli, Mi Pequeñita.

Cuando llegué a Plaza San Miguel, la gente ya estaba abarrotaba el centro comercial. Los muchachos andaban con su frape del Starbucks en la mano para darse aires de importantes y de clase alta a pesar que puedas vivir en la punta del cerro.

La gente mostraba los primeros smartphones de pantalla táctil gracias a Samsung y Apple mientras yo andaba con un modelo similar pero desactualizado.

Y ahi estaba ese maldito capitalismo salvaje.

Un celular y un café te daban estatus en una sociedad tan desigual como la limeña.

Al llegar a la puerta trasera de Plaza San Miguel, ahí estaba ella. Mi Criseli vestida con unos shorts verde y un polo manga cero de bordes del mismo color. Calzaba unas sandalias tipo egipcias que cubrían sus pequeños pies.

"Demonios, pensé, qué tetas tan grandes en esta chiquita".

Al verme vino casi corriendo a abrazarme y yo de hecho que lo iba a aceptar.

-Mi Pequeñita- dije mientras la abrazaba fuertemente y le daba un beso en la frente y otro en su cabeza.

-Will, te extrañé.

Su voz denotaba sinceridad y más con ese toque de dulzura y aniñada que tenía. Eso me exitaba.

-¿Qué quieres que te invite?

-Unas donas.

Sonrió y dos hoyuelos se dibujaron en ese rostro hermoso y juvenil.

-Entonces, vamos al Dunkin Donuts.

CriseliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora