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Cuando era niño, quizás de unos cuatro años, tenía sensaciones extrañas que recorrían mi cuerpo y hacía que me asustara continuamente sin explicación alguna porque no sabía cómo poder decirle a algún adulto lo que me pasaba.

Yo tenía un amigo imaginario que se llamaba Aarón y jugaba conmigo en todo momento. Era cuestión de poder contactar con él. Llamarlo y él aparecía dispuesto a entretenerme.

Yo le contaba mis cosas y él me escuchaba continuamente haciéndome reír. Las anécdotas que pasábamos juntos eran interminables como la expedición a los dinosaurios en el jardín del patio de trás de la casa.

Algo que mis padres lo tenían sin cuidado. ¿Qué niño no juega solo y tiene el amigo imaginario?

Yo le contaba a mi mamá sobre Aarón quién había vivido con toda su familia en la casa que actualmente ocupábamos y que una vez se cayó en la sala y la vitrina se le vino encima.

Mi madre, por supuesto, me miró aterrorizada. Le dije que a Aarón no le pasó nada y por eso llegaba a jugar todos los días conmigo. Ella me prohibió totalmente volver a juntarme con él porque no era correcto.

A regañadientes le dije a Aarón que ya no podíamos seguir siendo amigos porque a mi mamá no le gustaba. Eso no fue del agrado de mi amigo con lo cual me dijo que pronto vendría nuevamente a visitarme.

No entendí a qué se refería pero aún así le dije que lo consideraba mi mejor amigo y que siempre lo iba a recordar.

Esa noche de verano fue especialmente particular porque llovía a cántaros a pesar de ser febrero. Nadie estaba en la calle jugando como habitualmente se hace. Sin mayor remedio me eché en cama y sin querer me dormí profundamente.

Cuando desperté, estaba arropado con una sábana. Sentí un bochorno que me abrasó inmediatamente. Las ganas de orinar me invadieron tratando de aguantar las ganas. La oscuridad no es un buen amigo cuando eres un niño. No sabes lo que una mente infantil puede fabricar desde un lobo hasta una criatura del espacio exterior.

Me armé de valor y me calcé las sandalias para ir al baño. Ya no podía aguantar más.

Caminé lentamente y trataba de enfocar mi vista en dirección al baño porque no vaya a ser que se me atraviese un zombie y quiera comerme el cerebro. Ignoraba si había más compañía que me observara, cuando de pronto, escuché una voz súmamente familiar.

-William-se escuchó como un eco pesado en la sala.

Miré asustado por todo sitio para saber de dónde venía esa voz. La piel se me erizó y sentía mucho frío en los pies para ser verano.

-¿Quién eres?-pregunté castañeteando los dientes.

-Vine a verte nuevamente, amigo

-¿Aarón?-pregunté totalmente asustado.

Pronto, sentí un fuerte aire que golpeó las ventanas de la sala y de la nada salió Aarón con la cabeza ladeada a un lado y sangre seca alrededor de ella. Sus ojos cristalinos y brillantes estaban llenos de odio y no entendía el por qué.

Aarón se me avalanzó y su aliento fétido me llenó la cara. Estaba petrificado ante la situación. Trataba de morderme mi amigo y yo no le había dicho o hecho algo. Supongo que era porque decidí poner fin a nuestra amistad. Pero sentía que no tenía voz; que estaba mudo y que mis cuerdas vocales estaban amarradas porque quería pedir ayuda para que me rescaten.

-Auxilio-dije en un hilillo de voz.

-Nadie te va a escuchar, William.-dijo en un tono sarcástico con un toque tenebroso.

CriseliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora