Mi dulce Diego

1.6K 105 308
                                    

Andrés POV

A los pocos días regresé a Boston incapaz de verlo con él un segundo más, no era tan maduro como debería, compré un vuelo apenas me los tope juntos en la calle, de verdad había intento ser la persona que era feliz por su nueva relación, pero no estaba listo, aún me mataba de celos que sostuviera su mano, mi alfa gruñía cada que se acercaba peligrosamente a sus labios y empezaba a temer no poder controlarme por mucho más tiempo.

Esa primera semana fue extraña, me había deshecho de un fantasma que me había perseguido por demasiado tiempo y ahora, en la posguerra, las trincheras se veían diferentes. No dejaba de notar las pequeñas cosas que había dejado Diego en mi vida con tan solo unos meses juntos, desde la forma en que dejaba su lado en la cama libre como si fuera a llegar en cualquier momento durante la noche, hasta las migajas de azúcar de los churros que no podía dejar de comprar. Y mi alfa me miraba receloso recordando la forma en que menospreciaba mis sentimientos por Diego comparándolo con otra persona.

Dormir se volvió mi manera de sobrellevar la perdida, incluso en la despedida se sentía diferente, con Joaquín había querido luchar en cada oportunidad que tenía, no me importaba que tan egoísta llegara a ser, ni siquiera pensaba en las cosas que él podía querer, pero con Diego la idea de arrebatarle más de lo que ya le había quitado me hacía sentir un completo imbécil. No quería que perdiera a ese idiota, por mucho que lo odiara, lo hacía feliz, le traía la paz que yo no podía darle y era todas esas cosas que yo nunca podría ser.

El doctor dijo que el cansancio en exceso era un síntoma más en la lista, mi alfa estaba agotado y sin importar cuantas pastillas tomara al día, nada iba a mejorar, porque se había rendido, era el momento en que te decían que podías seguir medicado para alargar lo insostenible, o podías dejar de nadar contra la corriente. Era aterrador enfrentar la imagen de la muerte, nunca pensé en ella realmente, cuando era niño me daban miedo muchas cosas, pero jamás tuve a la muerte en esa lista.

Incluso cuando la madre de Joaquín murió, pensé en lo doloroso que podía ser perder a alguien de esa manera, pero nunca imaginé que podría ser yo. Con un ser querido lloras y ruegas por lo mejor, cuando eres tú, el miedo bloquea esas alarmas, sabía que no podía hacer nada más y lo único que podía sentir era miedo.

No me atreví a contarle a mis padres lo que pasaría, temía que mi secreto corriera como pólvora entre todas las personas que conocía, hasta finalmente llegar a él y no quería que Diego detuviera su vida por esto, si tenía el mínimo pensamiento de lástima y venía aquí, me odiaría más de lo que ya lo hacía.

Así que me pase el verano entero en casa, durmiendo para no tener ataques de pánico, contestando los mensajes de mis padres para mantenerlos tranquilos y cuando su nombre regresó a la lista de mis amigos, robé las fotos que no había tenido oportunidad de ver antes, a veces creía que estaba perdiendo un poco la cabeza, porque había llegado a imprimir un par para colocarlas por la casa, tenía una de la boda en el cuarto, una con Elizabeth pegada en la nevera y la única que teníamos juntos en la sala.

Estaba borrosa porque la tomamos en una cabina fotográfica en la feria, la había encontrado entre las cosas que envió con Eduardo y conseguí a alguien en internet que pudiera ampliarlas, las otras tres estaban guardadas en el cajón de la mesa de noche, pero la que tenía sobre la repisa era sin duda mi favorita.

Ninguno estaba mirando a la cámara, recordaba la discusión previa a la foto, pero había olvidado por completo que perdimos una toma cuando me incliné para robarle un beso y él pico algo en la maquina que inicio los tiros tomándonos por sorpresa. No era el beso, éramos nosotros riéndonos completamente aturdidos por el flash y me gustaba ver su sonrisa cada que me quedaba dormido en el sofá.

Eras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora