Epilogo: Finales y comienzos

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Diego POV

El primer año viviendo juntos fue interesante, tuvimos que acoplarnos a estar verdaderamente juntos en largos periodos de tiempo, aprendí que Andrés dormía en cada oportunidad que tenía, según sus propias palabras, era una costumbre nueva, desde que estudiaba medicina aprovechaba cada ocasión que tenía para descansar y le gustaba dormir en mis piernas mientras estudiaba para mis propios exámenes de teoría musical.

También descubrí que para comer era más parecido a un niño que aún adulto, su madre tenía ciertas reglas con la comida mientras crecía y ahora estaba rompiendo cada una de ellas, por ejemplo, el paquete de Nuggets de dinosaurios que guardábamos en la nevera porque no había podido dejarlos cuando los vio en el supermercado.

Tuvimos problemas al principio, conocer a alguien no siempre era fácil cuando lo hacías al mismo tiempo en que compartían una casa, pero encontramos la forma en que nuestras piezas encajaban, él dejo de hacer tanto ruido en las mañanas porque sabía que odiaba ser despertado tan temprano y yo aprendí a mantener el orden en las pequeñas cosas que sabía lo volvían loco.

Nos convertimos en adultos prácticamente de la mano y fue sin duda una experiencia que viviría cada día a su lado.

El verano de ese primer año regresamos al pueblo para contarle a todo el mundo que estábamos juntos, aunque no fue una gran sorpresa para ellos, teníamos fotos por todas partes porque Andrés tenía una extraña costumbre de tener cada recuerdo guardado en su teléfono, por lo que sus cuentas de redes estaban llenas de nosotros. Nunca lo mantuvimos en secreto realmente, pero necesitábamos hablarlo con todos frente a frente y no a través de pantallas.

Era raro porque pasamos de ser esa pareja que envidiaba la vida de los otros, a ser la pareja joven del grupo, sin niños y viviendo esos primeros años de enamoramiento en que lo único que debía preocuparnos era pagar la renta al final del mes. Fue más fácil cuando dejamos de compararnos con las etapas de cada uno, Joaquín y Emilio siempre iban un paso adelante, porque siempre fueron una familia. Azul y Alejandra parecían tan libres porque así eran sus personalidades encajando perfectamente desde que se conocieron.

Cada relación era diferente, no quería ser Joaquín o Azul, ni siquiera creía estar listo para tener cachorros aún, y Andrés no necesitaba ser como esos otros alfas que denotaban ser el protector de nuestra pequeña familia. Éramos diferentes y estaba bien, porque así era como éramos felices.

El año de su graduación fue un poco más complicado, no habíamos hablado de que queríamos hacer después, nos habíamos acostumbrado a la vida en Boston, pero nunca pensamos en el futuro y cuando nos encontramos con él, no teníamos respuestas.

―Tenemos que decidir a donde iremos, estábamos buscando casas en un lugar que claramente odias y no quiero pelear por esto cuando demos el depósito. ―murmuró con un largo suspiró recargándose en el asiento del piloto en el auto.

Llevábamos dos meses así, después de hablar sobre los deseos de cada uno respecto a una familia, decidimos que necesitábamos una casa y no un apartamento, pero no podía evitar encontrar un problema en cada lugar al que íbamos y Andrés estaba perdiendo la paciencia, no era su culpa, era la casa número cincuenta que odiaba porque una pared era de un color que odiaba.

―No lo sé. ―murmuré pasándome las manos por el cabello, era más estresante de lo que hubiera creído. ―Sé que quieres vivir en Boston, pero...

―No quiero vivir en Boston, Diego. Quiero vivir contigo, quiero elegir una casa contigo, no importa si es aquí o en el pueblo o en medio del desierto. Pero cada que odias una casa siento que estoy forzándote a hacer esto. ―le miré sorprendido y él ya me estaba mirando de vuelta, no quería lastimarlo, pero siempre odie el clima de esta ciudad y no soportaba la idea de pasar el resto de nuestras vidas aquí. ―No porque elijamos una casa quiere decir que tendremos cachorros de inmediato, sé que no estás listo.

Eras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora