ix. El trueno antes del relámpago

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ix. el trueno antes del relámpago

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                   Su cuerpo estaba gritando.

Hera no lograba describir la sensación que la ahogaba de otra manera. Era abrumante, pero distaba de ser aterradora, encontró cierta calma pese a que era, vagamente, consciente como la sangre por sus heridas en el pecho y brazos salían formando un charco debajo de ella. Era puro silencio lo que había en su alrededor y tal vez por eso estaba sosegada, porque estaba rodeada de algo que le daba paz. A algo que la acercaba a lo que buscaba, cuando ni ella misma podía apuntar que era lo que en efecto buscaba.

Quiso decir que una verdad, unos recuerdos que batallaban con salir, pero estaba oscuro ahí. Eran fuertes y a Hera de Lilim no le quedaban muchas fuerzas.

Era un barranco. Ella estaba en el filo del barranco: solo le tomaría un salto, indoloro, sería libre. Quería esa libertad.

Reconoció una silueta entre las sombras de unas lágrimas que no recordaba haber llorado. El corazón de Lucifer Morningstar dio un vuelco y experimentó un tirón en su cuerpo, como si lo usarán de saco de boxeo. Los orbes de Hera eran azules, pero en ese momento fueron más azules de lo que alguna vez recordó haber visto. Del color de su lugar favorito en Los Ángeles, la playa de Santa Mónica. El Príncipe de las Tinieblas acunó su rostro porque sentía que la vida se le iba con ella, aun cuando declaró que Hera no iba a morir.

Si ella moría, realmente lo hacía. Los demonios no tenían alma y su castigo era la nada.

Amenadiel habla a sus espaldas pero Lucifer no lo escucha. Se permite antagonizar el hecho de que el padre Frank está muerto a unos cuántos pasos de Hera porque es incapaz de lidiar con el hecho de perderlo a él y a Hera en una noche. No le importa los otros dos cuerpos están ahí, pese a que Lucifer escucha cuando Amenadiel le dice que demonios estuvieron ahí. Daba por sentado que volvieron al Infierno porque enfrentar su furia sería algo por la cual pedirían una piedad qué él no estaba dispuesto a brindar.

No después de sostener el cuerpo de una moribunda Hera.

—Quédate conmigo.

Las palabras sonaron a un susurro íntimo, de esos tiempos donde, con ruego, él cantaba para ella. Lucifer no esperó una respuesta de su parte, pero el alivio fue casi inmediato cuando Hera como pudo respondió pegando su cabeza en su pecho y, pese a la ropa de por medio, sintió el fantasma de un gesto débil en su rostro. Lucifer bajó la mirada y comprobó que ella sonreía de manera casi imperceptible, pero lo hacía.

Hera ━━ Lucifer MorningstarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora