κεφάλαιο VIII

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Alex no podía creer lo que había hecho, en medio de su rabia, de sus acciones inducidas por el resentimiento, había lastimado a Kara, ella nunca había pretendido hacerlo, había sido un accidente, pero la vergüenza que empezaba a crecer lentamente en su pecho no estaba de acuerdo con sus declaraciones internas. Se había equivocado y en un intento por remediarlo soltó rápidamente la espada que hacía unos segundos había empuñado con tanto rencor. 

—Lo siento mucho Kara, yo no quería— Dijo en susurro la pelirroja, tratando de transmitir con sus palabras todo el arrepentimiento que sentía. Acercó con lentitud su mano hacía el brazo de su amiga, queriendo inspeccionar la profundidad de la herida. 

—No te atrevas a tocarla— Profirió Lena con tono venenoso, abofeteando la mano de Alex, queriendo alejarla lo más posible de Kara. 

Los centinelas reaccionaron ante las duras palabras de su comandante y queriendo retener a la amenaza, se lanzaron contra la pelirroja, sosteniendo sus brazos con fuerza, sometiéndola. Impidiendo que pudiera atacar de nuevo a su líder. 

Alex odio aún más al ejército persa cuando ambos hombres se atrevieron a tocarla, y de por si las descaradas palabras de la pelinegra habían calado profundamente en su ser. ¿Cómo se atrevía?, quién diablos se creía para ordenarle que no se acercara a Kara. —Vete al infierno zorra— Replicó la pelirroja con desprecio, forcejeando con los soldados que la tenían detenida. 

—¡Pueden dejar de pelear por un maldito segundo!— Grito Kara con rabia, observó a Lena por unos minutos y luego desvió su mirada hacia Alexandra, hasta que por último su vista recayó en los subordinados de la pelinegra. —Quítenle las manos de encima— Ordenó con fiereza la rubia, su mirada no auguraba nada bueno para aquel que se atreviera a contradecir sus palabras. 

Los hombres se sorprendieron al escuchar el tono oscuro y sin pensar en una posible reprimenda por parte de su comandante por acatar ordenes distintas a las suyas, especialmente las de una enemiga, soltaron a la mujer, no queriendo ser asesinados por la rubia espartana que había tenido la osadía de detener una espada con sus manos desnudas.

—Hablaré con Alex— Explico Kara, mirando directamente a la princesa persa. —A solas— Continuo como aclaración, no dejando lugar para ninguna réplica. Al parecer a su prometida no le gustaba para nada la idea, ya que en cuanto las palabras habían abandonado su boca, un ceño fruncido se había apoderado del rostro de alabastro, mostrándole que Lena no estaba para nada contenta. 

—No— Rechazó la pelinegra con desconfianza, sin ninguna intención de ceder tan fácilmente el poder a la rubia. Aunque se había sorprendido al ver como sus hombres habían acatado sus ordenes sin rechistar, eso no significaba que ella también tuviera que hacerlo, ella no era una simple subordinada, ella sería su futura esposa. —No confío en ella— Hablo sin remordimiento la comandante, observando fugazmente la cortada en la mano de Kara, la cual necesitaba ser tratada cuanto antes, si no querían correr el riesgo de que se infectará. 

—Pero mira quien lo dice— Debatió con sorna la pelirroja, no dejándose amedrentar por los continuos ataques verbales.

—Yo sí— Respondió Kara con seguridad, contrarrestando las palabras de Lena y haciendo caso omiso a las duras declaraciones de Alex. —Yo sí confío en ella y te pido que creas en mi criterio—. Si la pelinegra ni siquiera era capaz de confiar en las propias decisiones de Kara, entonces habría un camino más duro y largo por recorrer de lo que la joven Zor-El había creído en un inicio. 

Lena no desvió su mirada y mantuvo su frente inquebrantable, en silencio espero a que Kara se retractará de sus palabras y la siguiera de nuevo hasta sus habitaciones privadas, donde el médico imperial podría revisar y curar la herida en su palma, pero grande fue su sorpresa al ver como la rubia no decidía seguirla si no que por el contrario cruzaba sus fornidos brazos por sobre su pecho, una clara pero silenciosa negación manifestándose en toda su postura, la joven Zor-El no la acompañaría. La comandante sintió como un sabor amargo invadía su boca. 

Reina De Mi ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora