κεφάλαιο X

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—¿Quién lo dice?—

Cuando Kara se giro suavemente en su asiento para observar a la figura que había interrumpido tan groseramente su cena, no espero encontrarse de frente con el hombre más alto que había visto en su vida. Si la rubia podía adivinar con exactitud diría que el hombre medía casi dos metros, sin mencionar su cuerpo musculoso, su piel oscura y su rostro lleno de cicatrices que sólo parecían aumentar con creces su grado de peligrosidad.

—No voy a decirte mi nombre— Respondió el soldado con voz ronca. —Así que fuera de mi mesa, basura griega— Continuo con desprecio. 

Aunque Kara se vio impresionada por el feroz porte del hombre, no se vio para nada amedrentada por sus palabras, por el contrario, sólo pareció avivar la llama de lucha que rugía con fuerza en su pecho. 

—¿Cómo me llamaste?— Pregunto la rubia con ojos entrecerrados, levantándose lentamente de la mesa para hacerle frente a el persa, sin importarle tener que inclinar ligeramente la cabeza hacia arriba para mirarlo directamente a los ojos.

—Basura griega— Repitió el soldado con asco, como si pronunciar las simples palabras le causarán un amargo sabor de boca. —Debiluchos, buenos para nada. No son guerreros capaces de luchar contra nuestro poderoso ejército, son sólo unos indignos cobardes— Dijo con rencor, su dura mirada encontrándose con temple con los ojos azules de Kara. —Es una blasfemia que pienses que eres merecedora de casarte con nuestra comandante— Y para dar por terminado su punto cogió el plato que la extranjera había estado degustando y arrojo el contenido a sus pies.

Kara observó como la comida caía lentamente al suelo, manchando sus sandalias. No sabía que la había enojado más, si las palabras del hombre o sus acciones, pero si estaba buscando comenzar una pelea pues ya la había encontrado. 

—Imperdonable— Susurro la rubia, su mirada fija en el alimento que yacía a sus pies. 

—No eres tan ruda ahora, ¿Verdad?— Pregunto el hombre con diversión, viendo la postura rígida de la rubia, si sólo esa pequeña acción había logrado desestabilizarla, no había mucho que se pudiera esperar de ella en un campo de batalla. —Veamos si son ciertos los rumores. Mis compañeros dicen que detuviste una espada con tus manos desnudas, pero no vas a detener el filo de mi hacha como lo hiciste con ese juguete— Prosiguió el soldado, señalando con su fuerte mano la espada que se encontraba colgada en la cintura de la extranjera.   

Kara no le dio tiempo de terminar con sus insultos, en un hábil y rápido movimiento sacó su espada de su funda y la dirigió hacia el cuello del hombre, la afilada punta a escasos centímetros de perforar su yugular.     

Todos los soldados que habían estado observando en silencio la disputa, saltaron de sus asientos al presenciar el mortal movimiento. 

—Retráctate de inmediato— Dijo Kara con voz fría, sólo sus ojos delataban la furia que se había apoderado de su ser ante las impertinencias del hombre. 

—Jamás— Replicó el persa, escupiendo en el suelo manchado de comida.

—¡Assim!— Grito una voz con horror desde la puerta del comedor, interrumpiendo el tenso momento entre el soldado persa y la rubia extranjera. —¡¿Pero qué demonios estás haciendo?!— Repitió la voz mientras se abría paso entre la multitud, tratando de llegar a la mesa del fondo donde se había estado llevando a cabo la confrontación. 

—No te metas— Hablo Assim, sin apartar su feroz mirada de los rasgos de su enemiga. 

—¿Estás loco?— Prosiguió el joven soldado con terror, percatándose de la comida que recubría el suelo de madera y uniendo lentamente los puntos que habían llevado a su tonto hermano a caer en una situación tan comprometedora. 

Reina De Mi ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora