κεφάλαιο I

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Días después de la inminente victoria del ejército ateniense. La noticia se había extendido como pólvora por toda la región. El general Zor-El regreso a Esparta y fue tratado como un héroe por los habitantes de la ciudad, pues a pesar de haber desobedecido las ordenes directas del rey, no había mayor orgullo para un espartano que la cruenta victoria de una batalla bien librada. Los ciudadanos estaban felices de que volviera sano y salvo a casa pero nadie tan dichoso como su hija, Kara, quien no sospechaba que el tiempo que le quedaba junto a su padre se acababa poco a poco.

—¡Kara!— Gritó Zor-El desde la entrada de la ciudad, agitando su brazo derecho en forma de saludo, una sonrisa deslumbrante en su rostro al ver a su pequeña.

—¡Padre!— Respondió Kara con mayor entusiasmo, soltando la espada con la que había estado practicando y corriendo rápidamente para encontrarse con su progenitor, olvidando completamente la batalla de entrenamiento que había estado llevando a cabo con Alex. Había decidido encontrar junto a su compañera un nuevo lugar para practicar, el cual estuviera cerca de las puertas de la ciudad, pensando exactamente en este momento en particular, donde pudiera reencontrarse inmediatamente con su padre luego de que éste regresase de la dura contienda.

La pelirroja puso los ojos en blanco al observar la interacción de la rubia con su padre, aunque una sonrisa también estaba formándose lentamente en sus labios, sólo los dioses sabían lo preocupada que había estado su amiga cuando el general había decidido marchar hacia Atenas, en lo que muchos consideraban una misión suicida. Observó a Winn sentado a la sombra de un adusto roble, había dejado de leer su papiro y ahora prestaba total atención a la interacción de Kara y el general Zor-El, también se notaba satisfecho por el feliz encuentro. Alex miró hacia el cielo, estaba despejado y los pájaros cantaban, como si leyeran el estado de ánimo en la metrópolis, exhaló un suspiro, por fin todo volvería a la normalidad.

—No sabes cuánto te extrañé— Afirmó la rubia, mientras abrazaba fuertemente al general. Siempre que su padre se adentraba en una contienda sentía el temor recorrer su cuerpo ante su posible fallecimiento, y aunque nunca había dudado de las excelsas habilidades de combate del hombre, siempre sentía aprensión. Las tornas podían ser volteadas con facilidad en el campo de batalla. Un pequeño desliz podía costar la vida y esta vez no había contado con el apoyo del ejército espartano, por el contrario, sólo la compañía de comerciantes, mercaderes y pescadores en la dura lucha. No quería desmeritar a los atenienses, después de todo eran eruditos, Winn lo demostraba continuamente, pero no eran hombres curtidos en batalla, tal y como los espartanos, y eso era lo que habían necesitado para enfrentarse al rey persa, cosa que su tío les había recordado una y otra vez a la hora de la cena, cuando su padre había decidido embarcarse en una peligrosa aventura, aún en contra de sus deseos.

—Mi muchacha, también te extrañé muchísimo— Correspondió Zor-El, su corazón lleno de dicha al estar reunido nuevamente con su primogénita, sostuvo los brazos de su hija y observó atentamente los posibles cambios; su cabello estaba un poco más largo, también había crecido unos centímetros en su ausencia, sus manos un poco lastimadas por el arduo entrenamiento con escudo y espada, sí, estaba muy feliz de reencontrarse con su hija, pero sobre todo, estaba orgulloso. —Pero basta, basta, es hora de que me cuentes todo lo sucedido en mi ausencia, quiero escuchar sobre tu entrenamiento, sobre tus lecciones, sobre la ciudad, sobre el gruñón de mi hermano. Ya nos quedará tiempo suficiente para hablar de guerras y sangre—

Kara guardó silencio ante el comentario de su padre, miles de preguntas sobre la batalla en la punta de su lengua. Al parecer Zor-El la conocía mejor de lo que dejaba entrever. Encogió los hombros con resignación ante la hábil escapada del general. Decidió dejarlo descansar un poco del drama de la batalla, cuando estuvieran a solas podría preguntarle todo lo que quisiera, con ese pensamiento en mente, le dedico su mejor sonrisa y llamo con su mano a Alex y a Winn, quienes habían guardado una prudente distancia mientras el general hablaba con su hija. Sus amigos se acercaron expectantes.

Reina De Mi ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora