-Escalofrío-

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Disclamer: Antes de empezar a leer, por si no has leído la sinopsis o las etiquetas, recuerdo a los lectores que esta historia trata sobre el amor romántico que surge entre dos hermanos. Al ser un tema sensible y que puede incomodar, te recomiendo que si es tu caso no sigas leyendo. Si lo haces es bajo tu responsabilidad. ¡Gracias!

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1. Escalofrío

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El día más aterrador de mi vida estaba con mi hermana pequeña, solos en nuestra casa. Yo tenía dieciséis años y muy poca idea sobre cualquier cosa. Ella tenía quince y estaba muy enferma.

Con las manos apretadas a la altura del estómago, me asomé a la diminuta cama de mi hermana Nora, una vez más. Llevaba allí todo el día, en la postura más lánguida que yo haya visto jamás; con las piernas bajo el edredón, un brazo blanco cruzándole el vientre y el otro brazo caído por el borde de la cama siguiendo la suave curva de las sábanas hasta el suelo. Su mano parecía muerta, sus dedos semi doblados, como si flotaran, parecían querer agarrar algo que ya se les había escapado.

Tenía el rostro torcido hacia un lado sobre la almohada, ligeramente enrojecido por la fiebre, brillante del sudor y una mueca, apenas un esbozo de sufrimiento o malestar.

Sin darme cuenta, había apretado tanto mis dedos unos contra otros que me costó coger el móvil, mientras me alejaba de la cama. Me aparté del escaso resplandor de la lámpara de la mesilla y me fundí con las sombras del cuarto, mientras buscaba el número de mis padres.

Marqué una vez más, vuelto hacia la puerta y esperé. Eran las ocho y cuarenta de la noche y hacía horas que a mi hermanita le subía la fiebre sin parar. Llevaba todo el día cuidando de ella, pero ya no sabía que más hacer.

Estaba aterrado.

Saltó el contestador por quinta o décima vez y yo maldije en silencio. Nora está muy enferma. Ya no sé cómo ayudarla. ¡Llamadme de una vez y decirme que hago! ¡O volved a casa! ¡Por favor, necesito vuestra ayuda!

Me habría gustado chillarles eso a través del teléfono pero no quería que Nora me oyera y ella también se asustara. Lo único bueno es que ella estaba tranquila gracias a su natural despreocupación y mi esfuerzo por enmascarar mi miedo. Aunque no sabía cuánto tiempo podría aguantar así.

Estaba agotado y no paraba de sudar. Mi cabeza embotada me pedía salir de aquella pequeña habitación, de ese ambiente pegajoso y enfermizo, aunque fuera al pasillo, solo unos instantes pero... de ningún modo podía separarme de ella.

—Ben —me llamó desde la cama con esa vocecilla apagada y casi ronca. Me volví y vi que levantaba el brazo muerto unos centímetros—. Termómetro.

Ni siquiera había oído el pitido. Lo salvé antes de que se cayera al suelo. El maldito trasto ardía y su pantalla brillante marcaba 38'9.

—¿Ha vuelto a subir? —me preguntó bajando la barbilla.

—Eh... no, no tranquila.

—Me encuentro fatal, Ben.

—Ya lo sé. Pronto estarás mejor, ya lo verás.

Mentía. Yo no lo sabía. Podía empeorar. Podía no volver a estar bien nunca.

—No me tomes más la temperatura —me pidió con un mohín—. Seguirá subiendo, lo sé.

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora