-De Verdad-

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16. De Verdad

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Cuando me asomé dentro comprobé que, aquella noche, el cuarto de Nora estaba totalmente en silencio. Se había ido dormir sin poner su música de piano y desde donde estaba, no me llegaba el sonido de su respiración. Las tinieblas también habían crecido, tan solo la solitaria lamparilla de la mesilla ofrecía su luz como escudo; las sombras de mi propia oscuridad habían llegado hasta ese lugar.

Caminé despacio, entré con cautela, como si fuera un criminal que regresa a la escena de su abyecto crimen, con temor a recibir su castigo y al mismo tiempo, deseando tener la ocasión de redimir la culpa que lo estrangula. Al menos yo era un criminal con conciencia. Una vez más la fiel alfombra amortiguó mis pasos hasta que estuve junto a la cama.

Ella sí había logrado dormirse, eso me hizo sentir un poco mejor... aunque muy, muy poco. Su rostro aún estaba crispado y la piel alrededor de sus ojos se veía enrojecida a la luz de la lámpara, incluso sus pestañas brillaban aún húmedas. Estaba hecha un ovillo en el centro de la cama, boca arriba, pero con las sabanas hechas un reburujo en torno a sus piernas como si hubiese pateado en sueños.

Creí que no podría sentirme peor, pero al verla así mi corazón se hundió todavía más en esa amarga sensación que hinchaba mis remordimientos. Necesitaba pedirle perdón, decirle hasta qué punto sentía lo que le había hecho y por encima de todo, necesitaba que me perdonara. Y no podía esperar hasta el día siguiente o sería demasiado tarde.

—Nora... —susurré, tras sentarme en el borde de la cama e inclinarme sobre su oído—; Nora, despierta...

Se removió un poco, pero no llegó a despertar. Incluso ahora con esa expresión melancólica e inquieta perdida en el sueño me parecía guapísima.

A pesar de que mi hermana podía ser, y de hecho era, perezosa, consentida, caprichosa e impulsiva, no por eso dejaba de ser también buena, encantadora (cuando quería), sincera y terriblemente valiente. Alguien así no se merecía sufrir. No se merecía que yo la hiciera daño solo por mi cobardía.

Volví a mirarla, el modo en que la luz corría por su dulce rostro cuando me incliné sobre ella y la besé suavemente. El corazón me latía haciéndome daño, pero lo dejé estar.

Entonces sí, ella frunció el ceño, movió la cabeza y abrió los ojos.

—¿Ben? —murmuró, sorprendida. ¿Me perdonaría? Pensé que me echaría de allí a golpes si es que sacaba a relucir su orgullo, pero solo me miró y al instante, alargó sus brazos hacia mí—. ¿Estoy dormida?

Sus manos se posaron en mis hombros y yo coloqué las mías en la cama en torno a ella.

—Perdóname Nora. Siento mucho lo que pasó antes, yo nunca he querido hacerte daño —le dije en primer lugar. Sus manos apretaron mis hombros y yo quise apartar la mirada por vergüenza, pero me obligué a no hacerlo—. Estaba asustado.

Por una vez, fue ella la que se quedó callada, recorriendo mi rostro con sus ojos todavía un poco hinchados por lo que había llorado horas antes. Me sentí aún peor y apreté los párpados sin miramientos.

—¡Tienes que perdonarme, por favor! —supliqué y aguanté el silencio, vacío de gestos o pistas que me sugirieran lo que ella pensaba.

Por fin, sus manos se aflojaron y viajaron desde mis hombros hasta posarse delicadamente en mi nuca, acariciando mi piel. Una diminuta sonrisa brotó en su rostro y el mío se encendió.

—No pasa nada —me respondió con sinceridad.

No es posible... mi mente dudó. ¿Me perdonaba sin más? Y cómo brillaban sus ojos al mirarme, sin rastro de rencor. Mi corazón se infló de amor tan dolorosamente que no pude resistirlo.

—¡Yo también te amo, Nora! —exclamé bien alto. Sabía que no había nadie más allí y no podían oírnos, pero estuve seguro de que no me habría importado de haberlo habido. Ya no me importaba nada ni nadie que no fuera ella y hacerla feliz. La quería a ella. El resto se había desvanecido para siempre.

—¿De... verdad?

—De verdad —le aseguré sin dudar. Y era verdad. Todas las palabras que brotaron de mi interior eran ciertas—. Te lo prometo. Eres la única mujer que existe en el mundo para mí.

>>. Yo... ya sé que no está bien, pero lo único que quiero es que seas feliz y que sonrías siempre. Me da igual el resto del mundo si tú estás bien. Y si estamos juntos.

Sonrió ampliamente, emocionada y de un impulso se incorporó y se echó a mis brazos. La atrapé al instante y la estreché fuertemente sintiendo los latidos acelerados de su corazón mezclarse con los míos.

Cuando se apartó, sus brazos seguían en torno a mi cuello y los míos rodeaban su espalda. Los ojos le resplandecían como nunca, pues la luz de la lamparilla arrancaba reflejos dorados incandescentes sobre el verde brillante y esa adorable franja de sus pómulos y la nariz volvía a estar ribeteada de un color rosado encantador.

—Te amo, Ben.

Sonreí, apretujándola contra mí.

—Yo también te amo.

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¡Hola!

Muy deprisa, me paso a dejaros el siguiente capítulo ^^

Sé que es cortito, y no es un grandioso desenlace, jeje. Pero los sentimientos de ambos ya estaban claros, siempre lo estuvieron, ¿no? Y lo único que hacía falta era que Ben, el gran negador de esta historia, los aceptara ante Nora y ante sí mismo.

¡No es el final!

Queda un último capítulo a modo de epilogo, el cual espero que os guste :-)

¡Gracias a todos los que habéis leído y compartido conmigo una de mis historias! Os estoy muy agradecida.

¡Os mando muchos besotes a todos y a todas!








El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora