-Bueno o Malo-

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13. Bueno o Malo

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Algo me despertó de golpe, aunque al principio no supe ni lo que había sido. Desde niño tuve un sueño muy ligero, casi superficial; cualquier cosa me despertaba sin importar la hora que fuera, incluso (como ya había constatado) ruidos que solo estaban en mi cabeza.

Me incorporé solo a medias, desorientado y traté de escuchar por si ese ruido se repetía, pero todo había vuelto al silencio. Hasta las canciones del ordenador de Nora parecían haberse agotado. Parpadeé confuso y me rasqué la cabeza pensando que me lo había vuelto a imaginar. Estaba a punto de acurrucarme otra vez junto a mi hermana para seguir durmiendo, cuando "eso" volvió a sonar y esta vez sí supe lo que era: el timbre. Alguien llamaba a nuestra puerta.

Nora también se removió de forma perezosa y se volvió hacia a mí sin llegar a abrir del todo los ojos.

—¿Qué pasa? —murmuró.

—Están llamando al timbre —respondí, sentándome en la cama y frotándome los ojos—. Voy a ver quién es.

—Mmmm...

Fue todo lo que dijo. Se volvió, tapándose con la manta y ocultando su cara en la almohada de nuevo. La habitación estaba prácticamente a oscuras, salvo por la luz de las fieles lamparillas. Pero ya no entraban los rayos del sol por la ventana pues el cielo se había oscurecido. No tenía ni idea de la hora que sería, pero era totalmente de noche.

—Nora, levántate —le indiqué—. Es hora de que preparemos la cena.

—Yo no tengo hambre, Ben.

—Me da igual. También es la hora de tu medicina y tienes que comer algo antes.

Pero mi hermana remoloneó agitándose bajo las mantas. La insté a que me hiciera caso repitiendo su nombre y zarandeándola por el hombro, hasta que levantó una mano hacia mí.

—Vaaaaale, que sí, que me levanto —me soltó, cansina. El timbre volvió a sonar—. Anda corre, vete a abrir la puerta.

—No te duermas otra vez.

—Que nooooo.

Me levanté no muy convencido y salí a trompicones del cuarto. Al otro lado del umbral de la puerta, la casa entera estaba a oscuras porque había olvidado dejar alguna luz encendida. Tuve que ir a tientas, con los brazos extendidos en busca de los interruptores. Con una mano buscaba, con la otra me seguía frotando los ojos, aún borrosos por el sueño, en un intento de despejarme del todo.

Llegué al pasillo de la entrada sin chocarme con nada, ni caerme por las escaleras y logré darle al interruptor; la luz blanca me deslumbró dolorosamente y gruñí por lo bajo. Hasta tuve que pararme un momento y el timbre volvió a sonar.

¿Quién era tan insistente?

Abrí, tan solo un poco la puerta, y asomé un ojo por el hueco. Me topé con un rostro sonriente que saltó sobre la ranura y yo retrocedí, alarmado por la sorpresa.

—¡Buenas noches, Benji! —exclamó el doctor Watson. El blanco de sus ojos y sus dientes brillaba como radioactivo a la luz amarillenta de nuestro farolillo.

—¿Doctor... Watson? —murmuré confuso, abriendo del todo la puerta—. Pero... ¿qué hace aquí?

Levantó su maletín de cuero sin dejar de sonreír.

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora