-A Solas los Dos-

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15. A Solas los Dos

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Yo también me encerré en mi cuarto y el bizcocho que Nora había cocinado para los dos se quedó frío, olvidado sobre la isla de la cocina. Pensé varias veces en él aquella noche, no sé por qué, y solo me daba ganas de seguir llorando.

Apagué todas las luces, bajé la persiana hasta que se arrugó contra la ventana de forma que ni el más ínfimo rastro de luz del exterior se colara en mi habitación y me eché en mi cama. Ahora sí, más que nunca, deseaba desaparecer en la oscuridad. Quería dormir; dormir profundamente y sin soñar para que cuando despertara todo aquello que había pasado esos días, se hubiese borrado en el olvido. Tal vez si me sumía en un sueño de esa índole, al despertar lo haría en otro universo, uno donde Nora estaría bien y seguiría tan sonriente como siempre. Un lugar donde ella no me habría amado ni habría sufrido por ello.

En ningún momento pude pensar en mí mismo o mi dolor. Ya había sido bastante egoísta como para desperdiciar un solo segundo en mis sentimientos y realmente, estos no me importaban tanto. Si al menos hubiesen servido para aliviar el dolor de mi hermana.

Las horas avanzaron inexorables aunque lentas. Me revolqué a lo largo y ancho del colchón adoptando todas las posturas inimaginables. Me tapé con las sabanas, me destapé, le di la vuelta a la almohada. ¡A mi cama le pasaba algo! Era incapaz de quedarme dormido, así que en un momento dado me bajé al suelo y me tumbé sobre la madera helada en busca de algo más de suerte. Pero todo lo que logré fue un dolor de espalda y que se me helaran los pies.

Lo más extraño fue que en todo ese tiempo no oí, ni una sola vez, al viejo reloj del abuelo. Quizás el tiempo se había detenido de verdad y esa horrible noche jamás terminaría. Podía ser un castigo para los dos; que nuestro dolor se quedaría así, como estaba, con nosotros, terrible e insoportable, para siempre.

Por mi culpa.

Finalmente me olvidé de dormir. Salí de la cama y me senté en mi escritorio. Encendí la lamparilla en busca de algo que leer, pero el haz de luz de esta salió disparado en diagonal e iluminó un espacio vacío que se llenó de diminutas motitas de polvo que flotaron como luciérnagas mareadas. Finalmente, cayó sobre la superficie reflectante de la única fotografía que tenía enmarcada en mi habitación y alargué la mano para cogerla.

Era un retrato de nuestras últimas vacaciones.

Nuestros padres, grandes aventureros, nos habían llevado a visitar unas antiguas cuevas y casi nos perdemos en ellas porque les pareció una buena idea desviarse del camino marcado y explorar por su cuenta. Un trayecto que debía durar hora y media se convirtió en uno de cinco. Cinco largas horas caminando por los intrincados y húmedos pasillos de roca en la oscuridad... Hacía la mitad, Nora se puso histérica, la oscuridad siempre había sido su punto débil.

Al contemplar la fotografía recordé de pronto que mi hermanita no acudió a nuestros padres cuando le entró el pánico, sino a mí. Se pegó a mí, asustada, y me suplicó que la sacara de allí cuanto antes. Yo intenté tranquilizarla todo lo que pude, pero no sabía qué hacer. El resto del camino lo hizo agarrada a mi brazo hasta que encontramos por fin la salida.

La fotografía había sido tomada justo en ese instante. En ella, nuestros padres, en primer lugar, sonreían orgullosos por su hazaña. Ni siquiera se percataron de lo mal que lo había pasado su hija. Nosotros aparecíamos detrás (por supuesto), Nora todavía se sujetaba a mi brazo y aunque sonreía, era todo forzado. Yo en cambio ni siquiera miré a la cámara, la estaba mirando a ella aún preocupado.

Vaya, me dije. Había mirado esa foto muchas veces pero nunca había reparado en el modo en que observaba a Nora en ella.

Eché la cabeza hacía atrás, apretando los párpados y cuando los abrí, estos se centraron solo en mis padres y en esas sonrisillas triunfales que exhibían. Y algo empezó a arderme en las entrañas.

—Todo ha sido culpa vuestra —les dije. Al decirlo sentí un subidón de energía, como un extraño y repentino acceso de valor y fortaleza porque de pronto supe que era verdad y eso me alivió en parte de la culpa—. ¿Por qué os fuisteis? ¿Por qué tuvisteis que dejarnos solos tanto tiempo?

>>. ¿Por qué vosotros podéis hacer siempre lo que queréis y en cambio nosotros no?

Tuve que levantarme, con la foto en las manos y apretando el marco. Necesitaba moverme porque sentía un hormigueo imperioso viajando por mi cuerpo, así que empecé a dar vueltas por la habitación.

—¿Qué tengo que hacer ahora? —pregunté, furioso, a la fotografía—. ¡No es justo! ¡A vosotros nunca os ha importado nada! ¡¿Por qué debería importarme a mí vuestra opinión?! ¡La persona a la que más quiero del mundo está sufriendo y yo estoy aquí siendo un buen chico! ¡¿Por qué?! ¡¿Para no decepcionaros?!

>>. Pero vosotros sí podéis decepcionarme a mí... ¡Desapareciendo de golpe, ignorando mis mensajes, desoyendo mis llamadas...!

Di un traspiés al chocarme con la cama y la foto se me cayó de las manos. El cristal del marco se rompió al chocar contra el suelo, se rajó por la mitad.

—Genial.

Me arrodillé a recoger los pedazos, haciéndolos a un lado saqué la fotografía, separándola del marco y volví a mirarla.

—Ya es suficiente —Susurré y la rompí por la mitad. A un lado mis felices padres y su despreocupada existencia llena de incursiones en cuevas misteriosas y suculentos viajes en barco.

Y al otro nosotros; Nora y yo solos, juntos... fingiendo algo que no era real.

Lo tiré todo a la papelera excepto esa mitad que me la guardé por dentro de la camiseta del pijama. Después me puse en pie y quedé frente a la puerta entornada. Salvo por la débil luz del flexo todo lo que había en mi cuarto era oscuridad; pero más allá, en el pasillo, veía un suave resplandor.

Salí a buscarlo y enseguida me encontré parado frente al gran reloj. Por una vez me pregunté qué significaba realmente para mí aquel armatoste ruidoso y viejo de madera, metal y oro. En ese instante su visión, su forma e incluso su olor a madera gastada me enfurecieron aún más.

—¿Hoy no suenas? —le pregunté, apretando los puños—. También tú te avergüenzas de nosotros...

>>. Bien, pues no nos mires. ¡Que nadie nos mire nunca más!

Sabía que era absurdo que le hablara a un reloj de pared y consideré estar perdiendo la cabeza, así que aparté la mirada y mis ojos tropezaron con la puerta entornada del cuarto de Nora. El corazón se me encogió. Sentía, además, el helado tacto de la fotografía contra la piel del pecho y sin pensar, eché a andar hacia ella.

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¡Hola! ^^

Pues aquí está el nuevo capítulo O.O

Faltan dos capítulos para terminar. De hecho, uno... porque el último es más bien como una especie de epílogo o algo así, jeje. Ben ha tomado su decisión, solo queda saber si Nora le perdonará o no.

Ahora que estoy revisando la historia para subirla, siento que estos capítulos finales me quedaron tan breves (aún más que el resto) que bien podría haberlos unido en uno solo, pero no sé si sabéis que tengo una absurda manía por la cual mis historias deben tener capítulos impares siempre >.< Y trato de armas las cosas para que así sea, aunque tenga que añadir capítulos cortitos o mucho mayores, jejeje. ¡Manías!

Espero que os haya gustado ^^ Gracias por leer, votar y comentar. Me anima mucho que esta historia vaya a estar colgada en internet entera y que haya gente que la lea, después de todo.

Os mando un fuerte besote y nos vemos pronto.

:-)

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora