-Besos Prohibidos-

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4. Besos Prohibidos

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Eché a correr por el pasillo hacia el baño lo más rápido que me permitió mi cuerpo cansado y abotargado. Pasé por delante del reloj y lo miré de refilón, a uno de los búhos le brilló un ojo.

Entré en el baño apartando la puerta de una patada, me precipité a la bañera y abrí el grifo, solo después me acordé de encender la luz. El agua salió a borbotones, pero yo sabía que tardaría un rato en llenarse lo suficiente. Me quedé, de todos modos, de pie como si fuera a estar listo en un minuto y sin apartarme de la puerta abierta. De vez en cuando volvía la cabeza hacia el pasillo; me preocupaba que Nora despertara y me llamara.

Aunque el corazón me latía desbocado en el pecho, mi cuerpo estaba extrañamente rígido y pesado. Me daba la sensación de que respiraba de forma lenta y entrecortada e incluso cuando intentaba parpadear rápido lo veía todo como a fragmentos. Estaba muerto de miedo. Desesperado. Aterrado. Se me ocurrió que Nora podría morir. Morir.

No, no puede morir me repetí varias veces, era casi lo único que mi cerebro hacía con cierta agilidad.

El agua caía y caía, pero la bañera no se llenaba. Eran instantes vacíos en una cuenta atrás en la que no debía detenerme; fue lo peor. No quería pensarlo, pero si realmente la vida de mi hermana dependía de que yo la ayudara y no era capaz de hacerlo, no sabía que sería después de mí.

Al final en medio de esa confusión desquiciante, me puse a gritar:

—¡Tranquila, Nora! ¡Esto ya casi está! —Metí la mano en el agua y comprobé que la temperatura era la adecuada—. ¡Ya falta muy poco!

Saqué todas las toallas de los armarios y las esparcí por el baño. Volví a comprobar el agua, miré al pasillo de nuevo.

—¡Ya casi está llena!

No sabía por qué gritaba. Me descargaba y servía de cierto alivio, pero sobre todo lo hacía el fingir que hablaba con ella, que Nora estaba lo suficiente bien como para escucharme y entender lo que le decía.

—¡Ya está!

La bañera estaba lo bastante llena, el baño se había cubierto de una capa de vaho, pero yo cerré los grifos y salí corriendo a buscarla.

—¡Ya voy! —le informé. Atravesé el pasillo en menos zancadas que nunca y entre a trompicones en la habitación en penumbras—. ¡Ya estoy aquí!

Nora seguía inconsciente, por supuesto, pero no pensaba detenerme. Seguí hablándole, diciéndole cualquier tontería que se me ocurría. Me di cuenta que esa boba fantasía creída a la fuerza me servía para controlar lo suficiente mi miedo como para seguir funcionando. Y tenía que ser así. Nora me necesitaba más que nunca y yo no podía fallarla.

—Vamos, tienes que darte un baño —le expliqué, quitándole de encima los pañuelos casi secos y apartando de ella las sabanas y el edredón. Parecía un bebe encogido y empapado en el útero—. Rápido, antes de que cojas más frío.

Me incliné y metí las manos bajo su cintura y sus piernas para hacerla rodar hasta mis brazos. La agarré bien y la levanté; mi espalda crujió, pero la cargué contra mí.

—Allá vamos.

No podía ir tan rápido como antes. Su cuerpo, aunque pequeño, ardía como una estufa en mis brazos y se me resbalaba puesto que iba totalmente inerte sobre mí. Si al menos hubiese estado lo bastante despierta como para agarrárseme.

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora