-Silenciosamente-

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3. Silenciosamente

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Corrí hacía ella con la olla aún en las manos. Con el balanceo de mis zancadas se agitaba y pequeñas gotas de agua salieron volando para aterrizar en mi jersey mojándome el estómago.

Lo solté todo sobre la silla y me arrodillé junto a ella.

—Nora, Nora... ¿estás bien? ¿Qué ha ocurrido?

Le toqué las manos y los brazos, hasta que ella giró su rostro sobre el borde de la cama hacía mí. Estrechaba los ojos como si algo le doliera mucho.

—Lo siento.

—¿Qué? ¿Por qué te has levantado? —pregunté, nervioso. La ayudé para que estirara las piernas y suspiró. Menos mal que todo el suelo de la habitación estaba cubierto de una suave moqueta—. ¿Necesitas ir al baño? ¿Es eso?

Trabajosamente negó con la cabeza y yo lo agradecí en silencio.

—Solo quería poner música... —me respondió, señalando el ordenador de su escritorio—; para no oír la lluvia de afuera.

—Habérmelo dicho a mí —repliqué. La cogí de la cadera y la ayude a ponerse en pie para que volviera a la cama. Tiritaba de frío fuera de sus mantas y con aquel camisón blanco de tirantes que apenas le llegaba a la mitad de los muslos. ¿Cómo no iba a ponerse enferma durmiendo así? La solté con cuidado sobre el colchón empapado y me dije que tendría que haberle cambiado las sabanas.

Guié su cabeza hasta la almohada y cuando iba a incorporarme, Nora se me quedó mirando en silencio. Muy seria y con las mejillas encendidas aún por la fiebre. Sus ojos oscuros parecían algo húmedos y se me ocurrió que podría estar asustada por lo que le había pasado. Pero no supe qué decirla para que se sintiera mejor.

Entonces me di cuenta de que mi rostro estaba demasiado cerca del suyo y que llevaba ya varios segundos mirándola fijamente, así que me aparté.

—Yo pondré tu música —dije, y me levanté de un salto. Caminé algo rígido hasta el escritorio, pero no me costó demasiado encontrar sus listas de reproducción preferidas en el programa de música del ordenador. Todas eran canciones instrumentales, sobre todo de piano.

Nora había suplicado y suplicado a nuestros padres desde bien pequeña que la dejaran aprender a tocar el piano, pero ellos nunca la complacieron. Les oía decir: "El piano es muy duro. Te acabarías cansando de él en seguida".

No sé si Nora se habría cansado, pero llevaba desde niña oyendo sin descanso piezas de piano, viendo videos en YouTube de personas que lo tocaban y componían sus propias canciones e incluso viendo lecciones online, que no le servían de mucho pues no tenía el instrumento para practicar.

Di al play en una bastante larga y las notas musicales salieron lenta y armoniosamente del aparato para esparcirse por la habitación. Lo cierto es que a los pocos segundos de oír esa dulce melodía, yo también me sentí algo mejor.

Coloqué la olla con el agua sobre la silla del escritorio y la acerqué a la cama. Yo me senté en el borde y cuando volví a mirar a Nora, vi que sonreía plácidamente con los ojos cerrados. Yo también sonreí.

Cogí uno de los pañuelos, uno con rosas rojas y negras en un fondo blanco y lo empapé en el agua tibia. Lo retorcí y doblé hasta dejarlo como un rectángulo pegajoso y se lo coloqué en la frente. Su rostro se crispó un poco, pero Nora no dijo nada. La música la había transportado a algún lugar mágico donde el malestar y la fiebre no eran tan horribles.

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora