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10. Encantadora
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Nunca había pasado una noche tan mala como aquella y seguro que nunca volveré a pasar otra peor.
Di vueltas, me levanté mil veces; a ratos me adormecía y soñaba con Nora o con nuestros padres o me despertaba con el cuerpo ardiendo y el corazón tan acelerado como si fuera a darme un infarto. Pasé despierto horas enteras, paseándome por mi habitación y a veces, no podía evitar asomarme al pasillo y tratar de vislumbrar, entre las sombras, la puerta del cuarto de mi hermana. Lo hacía con una mezcla de desasosiego, preocupación, culpa y con un deseo que me hacía sentir el ser más miserable del universo.
Pero ni una sola vez atravesé el umbral.
Por suerte, por malas que sean las noches todas se terminan. Y a la mañana siguiente, cuando abrí los ojos después de haber logrado dormir unas pocas horas, me quedé tendido en la cama a la espera de que sonara mi alarma. Estaba mareado por el agotamiento y tenía un terrible dolor de cabeza.
Ahora que me había quedado sin fuerzas pude dejar de luchar y asumir lo que había hecho. Repasé punto por punto todo lo que había pasado hasta llegar a la noche anterior y después todo lo que había pasado en esa terraza. Así como estaba desfallecido, mi cuerpo despertó y se estremeció dulcemente sobre el colchón y mi pecho se infló con un intenso sentimiento.
Nora me besó anoche pensé. Y yo también la besé a ella. Y me gustó tanto hacerlo...
No podía negar ninguna de esas cosas. Ella había venido a mí y lo había empezado todo; claro que yo me olvidé rápidamente de mis buenas intenciones y había cedido, casi sin resistirme, a esos impulsos malignos que llevaban días incitándome.
Soy un ser horrible, un tipo detestable y egoísta.
Resoplé llevándome las manos a la cara.
—Pero la quiero tanto... —susurré, frustrado.
Ya sabía que eso no era ninguna excusa, ni tampoco el efecto que las cosas que Nora dijo habían tenido sobre mí; que me quería más que a nadie, que quería estar siempre conmigo... Jamás me habían dicho algo así.
Y, la verdad, ninguna otra chica me había besado como ella. Por eso no lograba quitármelo de la cabeza. Nora me había besado y abrazado con tanta pasión y desesperación, me había mirado con tanto amor. Pasara lo que pasara a partir de hora en mi vida, jamás podría olvidarlo.
Y esa carita que puso después...
Giré sobre la cama y me tumbé boca abajo para aplacar la desazón de mi estómago. Ella me había besado a mí, ¿por qué tuvo que mirarme después de ese modo?
Puede que no le gustara me dije avergonzado. Me pillo tan de sorpresa que no supe... Hundí la cara en la almohada. Después de que entráramos en casa de nuevo no me dijo una palabra. Caminó todo el rato por delante de mí, sin volverse una vez, y se fue derecha a su cuarto, cerró la puerta y no supe nada más. Ahora yo no tenía ni idea de qué decirle. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar? ¿Cómo lo haría ella?
Me incorporé sobre la cama de golpe. ¿Y si ahora me odiaba? ¿O me tenía miedo? ¿Y si le había resultado tan repugnante que...?
No podía enfrentarme a ninguna de esas posibilidades, si lo que había pasado hacía que Nora no volviera a mirarme a la cara querría morirme. Así que consideré la posibilidad de salir de casa antes de que ella se levantara; no me sería difícil, a fin de cuentas Nora solo se despertaba cuando alguien la obligaba a hacerlo. Podía salir corriendo hacía el instituto y dejarla dormir.
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El Despertar del Amor
Roman d'amour"El día más aterrador de mi vida estaba con mi hermana pequeña, solos en nuestra casa. Yo tenía dieciséis años y muy poca idea sobre cualquier cosa. Ella tenía quince y estaba muy enferma" . Así comienza el relato que Ben, un chico de 16 años, hace...