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7. En los labios
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Al despertar, salí del sueño propulsado hacia delante y casi me caigo de la silla. Abrí los ojos y levanté mis brazos de forma automática. Parpadeé confuso al principio, con la respiración acelerada y por un instante todo lo que había visto y sentido me pareció demasiado real, sobre todo cuando vi a Nora frente a mí.
Por suerte, la realidad se fue dibujando a mí alrededor.
Ya había amanecido y el sol se colocaba por la ventana, llevaba un buen rato calentándome los pies sobre el suelo. Oí los pájaros canturreando y revoleteando entre los árboles más altos de nuestro jardín e incluso el sonido de algún coche al pasar cerca de la entrada... Nora me miraba con una ceja arqueada y una mano apoyada en su cadera.
—¿Qué haces con los brazos? —me preguntó. Los bajé a toda prisa, nervioso y ella se inclinó hacia delante llevando los suyos a la espalda—. ¿Soñabas que bailabas con alguien?
—No... yo... —Balbuceé. Las imágenes del sueño cayeron ante mis ojos, rápidas y fugaces como diapositivas: Nora sobre mí, Nora besándome, yo besándola a ella, tan cerca... Me sonrojé sin querer y tuve que apartar la mirada—. Soñaba que me caía de un árbol y trataba de sujetarme al tronco.
Ella asintió distraída. La miré de reojo, con cautela y me di cuenta de que no se parecía tanto a la del sueño. Llevaba el camisón doblado y mal colocado, bajó una pesada chaquetilla de lana llena de bolitas y de color desvaído. Su pelo estaba enmarañado y aplastado sobre la cabeza. Pálida, ojerosa y legañosa, todavía tenía la marca de la almohada en su mejilla.
En realidad no es tan guapa me dije, algo aliviado. Aunque no tenía ni idea del aspecto que tendría yo después de haber dormido en una silla.
—Bueno y... ¿cómo te encuentras? —le pregunté, poniéndome en pie—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿O tienes fiebre? —Levanté una mano, pero me paré antes de posarla en su frente.
—¿Qué ocurre? —inquirió ella. Me cogió la mano al vuelo antes de que la bajara y la puso sobre su frente. Sentí un escalofrío al tocarla, justo lo que quería evitar. Quizás me estaba obsesionando—. No tengo fiebre, ¿ves? Y estoy bien. ¿Se puede saber qué te pasa? Estás muy raro. ¿Y qué hacías ahí dormido?
Aparté la mano y la oculté a mi espalda, me ardía a rabiar. Y además estaba ese temblor que subía por mi cuerpo, intentando atraparme. Cielos, ¿qué me estaba pasando?
Y Nora seguía observándome, interrogativa y con los ojos bien abiertos, como una pequeña y adorable lechuza.
—Solo vine a ver si te había vuelto a subir a la fiebre o por si necesitabas algo —expliqué—. Pero creo que me adormecí...
—¿Te quedaste en esa silla toda la noche por mí? —me interrumpió—. ¿Para cuidarme?
—Ahm... sí —acepté, sonriendo un poco—. Aunque al final me quedé dormido yo también...
—Da igual, Ben. Muchas gracias... —Eso me inquietó. Llevaba toda la vida haciendo cosas como esa por ella, pero Nora nunca se había dignado a darme las gracias. Sonrió dulcemente, echándose el pelo a un lado y alisando la chaqueta sobre su cuerpo; de pronto se parecía mucho más a la del sueño—. Sé que ayer estuve muy grave... —Se balanceó sobre sus piernas y me agarró una mano. Se quedó mirándola, sonriendo y acariciándola con sus dedos, mientras mi corazón daba un vuelco—. Si no hubiese sido por ti Ben... a saber qué habría pasado.
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El Despertar del Amor
Romansa"El día más aterrador de mi vida estaba con mi hermana pequeña, solos en nuestra casa. Yo tenía dieciséis años y muy poca idea sobre cualquier cosa. Ella tenía quince y estaba muy enferma" . Así comienza el relato que Ben, un chico de 16 años, hace...