Capítulo 2

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"Ilusión, esperanza"


Tocó el timbre y salieron todos. Lillity no habló con nadie. Salió de clase y se fue. Empezó a caminar, en dirección a su nueva casa. No se perdió ni dudó en el camino, tenía que haber recordado tantos caminos de vuelta a casa que ya no le importó.

Cuando llegó, su madre estaba desempaquetando algunas cajas. No muchas, no podían traer bastantes, nuca tenían tiempo de escapar y cogerlas todas. Pensó en preguntarle si podía ir a la fiesta, pero se lo replanteó. Si sus padres no le dejaban ni hacer amigos, ¿Cómo iban a dejarle ir a una fiesta? Ni pensarlo. Allí podrían desmadrarse las cosas, y no llevaban ni un día entero en la ciudad. No, no podía preguntárselo. Pero quizás podría ir...

- ¡Hola! ¿Cómo ha ido tu primer día de clase? - preguntó su madre. ¿Cómo iba a ir? ¿Mal? No, si hubiese ido mal ya no estarían aquí. Así son, pensó Lillity, cuando algo falla abandonan y se van. Igualmente, ¿Qué opción les quedaba?

- Bien, mamá. - respondió Lillity.

- He ido al Consejo esta mañana, te he traído un poco de ropa . Está encima de tu cama.

Asintió con la cabeza y subió las escaleras hacia su habitación. Entró y vio la ropa: dos camisetas interiores, dos vaqueros, tres sudaderas y ropa interior. Vio también dos pares de zapatillas al pie de la cama. Abrió el armario para colocar la ropa. No lo tocó, hizo como hace siempre: piensa, hace los gestos y se abre. Haciendo lo mismo, fue colocando la ropa, prenda por prenda. Las camisetas se iban doblando y colocando en el armario. Sólo tenía que imaginar, aquello era fácil, podía controlarlo. Pero otras cosas no...

Oyó que su madre subía las escaleras, así que paró de repente y se colocó al lado del armario como si estuviera haciendo algo. Su madre ni siquiera miró en la habitación, pero era mejor parar. Eso devolvió a Lillity a la realidad. Si nunca se esforzaba en hacer las cosas bien, ¿Cómo iban a salirle bien? Ella estaba convencida de que podía controlarlo todo... Pero no era así. Parecía que nunca le bastaba para aprender, no todas las veces que habían tenido que huir de los Observadores. Lillity sabía que tenía que poner punto y final, tenía que esforzarse en hacerlo bien. Lo sabía, esta vez las cosas podrían ir bien.

Acabó de colocar la ropa en el armario, no con lo que podría decirse "magia" sino de la forma normal, como la gente normal.

No había tenido tiempo de mirar su habitación, su nueva habitación. Había una pequeña mesa de estudio blanca con una silla giratoria. Una cama en medio del cuarto, todavía sin hacer. El armario incrustado en la pared con unas puertas corredizas, donde había colocado su ropa. Y en la parte izquierda, una ventana, que permanecía cerrada.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Pensaba en la nueva ciudad y en la nueva casa. Deseaba con toda su fuerza que las cosas fueran bien de una vez por todas. Y se quedó dormida.

Soñó. No estaba segura si eran sueños o recuerdos.

Debía tener unos doce o trece años. Discutía con su madre, por alguna tontería. Su madre intentaba tranquilizarla, puede que supiera lo que iba a pasar si no controlaban la situación. Lillity estaba realmente enfadada, aunque no sabía por qué. Salió de casa y cerró la puerta bruscamente. Corrió, quería irse de allí. Fue a cruzar la calle, sin mirar. El coche no tenía tiempo de frenar, y Lillity estaba allí, en medio de la calle. Pero el coche no llegó hasta Lillity. Ella cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas que el coche se parara. No pudo reaccionar, no se pudo mover, se quedó allí en medio.

Por fin, abrió los ojos. Y vio, el coche volcado, boca abajo, ardiendo en llamas.

Ella lo había hecho. Ella lo había provocado.

Se despertó hacia las ocho de la tarde. Estaba sudando.

Su madre había encendido un fuego en la chimenea y su padre acababa de llegar de arreglar los papeles con el Consejo.

Lillity no sabía exactamente qué era el Consejo. Por lo que le dijeron sus padres, eran unas personas que están por todo el mundo. O al menos, están por todo allí donde han ido.

Les ayudan a huir, les dicen la ciudad donde deben ir y, una vez allí, les dan la casa y las cosas fundamentales para vivir: ropa, comida durante las primeras semanas, dinero, etc. También les arreglan todos los papeles y de alguna manera, eliminan todo su rastro en la ciudad anterior, para que los Observadores no puedan capturarlos.

No son gente como ella, sino gente normal.

- Robert, ¿Qué tal en el Consejo? - preguntó su madre.

- Bien, ya está todo arreglado y... - el teléfono que llevaba su padre en el bolsillo empezó a sonar. Contestó al teléfono, no sabía quién podría ser - Hola... Sí... Claro... ¿Ahora?... No, no es eso, es que acabo de llegar ahora mismo y... De acuerdo entonces... Voy para allá.

- ¿Pasa algo? - preguntó, aunque si Lillity no lo hubiese dicho lo hubiera dicho su madre.

- No, sólo que tengo que ir al Consejo. - respondió su padre, guardándose el teléfono en el bolsillo.

- ¿Otra vez? ¿No has ido ya? - le preguntó su madre.

- Sí, pero me han dicho que hay una reunión urgente. No se que querrán... No me esperéis despiertas. Puede que tarde mucho. - dijo su padre con tono de preocupación. Entonces hubo silencio, y su padre cogió la chaqueta y se fue.

Su madre se fue hacia la cocina. Lillity pensó que si había una reunión, urgente es que había pasado algo, o que pasaba algo. Además, su padre no era nadie importante, no era de esos hombres que acudían de vez en cuando a reuniones. Era evidente, pasaba algo.

Lillity no pensó mucho en ello, otra cosa ocupaba su mente: la fiesta. ¿Iba a ir? Creía que ya lo había decidido, que no podía ir y arriesgarse... Pero si todavía pensaba en ello, es que no lo tenía claro. ¿Podría hacerlo? ¿Podría ir allí y controlarse?

La música de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora