Capítulo 19

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- Lillity.
No hizo caso hasta que la llamaron cinco veces más. Estaba abrumada, asustada; se tapaba con las finas sábanas de algodón esperando a que aquella voz en su cabeza se calmara. Pero no lo hizo.
Si no hubiese conocido la voz no se hubiera levantado. Pero se levantó y salió de la habitación de la pequeña casa de madera de Alex. Se fue en busca de la voz.
Su madre la seguía llamando desde lo lejos, y ella la buscaba y seguía su rastro. Caminó por todo el claro, hasta que, siguiendo a la voz, llegó al portal del árbol. Al portal hacia el bosque oscuro, ahora de noche.
No quería salir, sabía que a parte de arriesgado, era una locura. Los ombríos estaban en su punto de atacar y era en plena noche. No sabía orientarse en el bosque y mucho menos en la oscuridad; y ni sabía si su cabeza le estaba haciendo una mala jugada.

El aire frío le puso la carne de gallina. Había salido, en busca de la voz.
Iba abriéndose paso entre los árboles, arañándose las piernas y los brazos con las ramas que sobresalían y pisando las raíces, tierra y piedras con los pies descalzos.
Iba aumentando el ritmo, la voz de su madre la llamaba cada vez con menos pausa y más ansia.

- ¡Lillity! -gritó la voz.

Lillity se puso a correr en dirección a la voz. No veía nada, ni adónde iba ni dónde pisaba; y ni siquiera le dio tiempo a pararse cuando una silueta oscura se plantó delante de ella.
Ella hubiese gritado, llorado o hubiese echado a correr. Pero ni siquiera supo ella el por qué, pero no lo hizo.
En su lugar, siguió a la silueta que la llevó a un lugar donde ella ya había estado antes. Los gritos y las apelaciones cesaron.
Ahora sólo estaban ella y Arbor Magmam, El Gran Árbol.
Cuidadosamente, Lillity puso la mano en su fría corteza y, en un instante, ocurrió. Sus ojos se nublaron para dar paso a unas visiones, recuerdos de sus padres adoptivos. No, no eran recuerdos. Ella no estaba allí.

Sus padres estaban en el salón de su última casa, desempaquetando cosas que les habrían prestado.

- ¿Dónde pongo esto? -dijo Robert, sacando una pequeña caja morada.

Su madre se giró, y al ver de lo que trataba, hizo una mueca.

- Escóndelo. Déjalo en la estantería de la cocina. Que se vea. -dijo Marlene.

- De acuerdo.

Y desapareció por la puerta de la cocina.
Entonces Marlene sacó una fotografía sin enmarcar de una chica de unos quince años. Era pelirroja, de ojos azules y con pecas. Con una nariz muy fina, y unos labios delicados.
Robert se le acercó por la espalda y la rodeó con sus brazos. «Se querían mucho», pensó Lillity. Su padre vio lo que sujetaba en las manos.

- Me recuerda a ella, siempre te lo digo. -dijo Robert.

- Lo sé... Por eso no puedo dejarla ir. No puedo hacerlo otra vez. -dijo Marlene.

- Pero tenemos que hacerlo. Tenemos que dejar que se vaya con ellos. Es su destino.

Todo se volvió borroso y Lillity cambió de escena. Ahora se veía a si misma en la fiesta. Después espiando la conversación de sus padres.
Recordó que no entendió muchas cosas, pero ahora sí las entendía.

Cayó al suelo. Seguía estando en el mismo lugar, al lado de Arbor Magmam. No comprendió lo que había visto. No entendió nada. Su cabeza seguía dando vueltas a la misma velocidad que el día en que había llegado.
Entonces, el Gran Árbol le dijo algo. Algo que Lillity recordaría siempre y que le abrió los ojos. Y justo después, la última hoja del gran arbol cayó en el suelo húmedo. Ya era la hora.
Lillity supo lo que tenía que hacer. Ella no era la elegida. No para luchar.
El Árbol la había elegido a ella, sin saber por qué, pero le había confesado el secreto.
Ahora ella podía salvar al pueblo sureño, a los vivos. Ella sabía la clave de aquella guerra, y sabía que luchar contra los ombríos no serviría de nada. Era una guerra que no podían ganar luchando, y Lillity sabía cuál era la clave.
Así que no dudó en ponerse en pie y dirigirse hacia allí donde nunca hubiese pensado ir: a Tenuris.
Tenía que darse prisa, los ombríos ya se prepararían para el ataque. Y eso la ayudaba, lo tenía planeado todo para entrar.
Caminó por el bosque hacia el sur. Se preguntó si aquél sería el límite del extraño mundo donde se encontraba.
Se orientaba por el sonido de las olas chocando contra las rocas. Tenuris era un castillo de piedra oscura, con tres torres, una más alta que las demás. Estaba situado en una roca enorme y alta, con los bordes afilados en medio del un mar de tinieblas. El mar lo rodeaba completamente, y solo se podía llegar de una manera: a través de un túnel oculto.
Toda esa información estaba en el libro de Tenuris, y nunca pensó que le fuese a servir de nada. Pero un libro siempre viene bien.
Cuando llegó al agua ya sabía lo que tenía que hacer. No lo había hecho nunca, pero parecía que una parte de ella era experta en eso.
Metió los pies en el agua, pero no se mojó. Siguió caminando, sumergiéndose en la niebla y en el agua fría.
El agua ya la tapaba entera, pero no se movía de allí. Empezaron a arderle los pulmones al no poder salir a la superficie: la niebla no le dejaba. Se revolvía en el agua intentando respirar, pero no podía. Creía que allí acababa su vida, y que despertaría y volvería a estar en su casa. Pero no quería irse, no ahora que estaba tan cerca de saber la verdad.
Vio una silueta que se acercaba bajo agua hacia ella. Se deslizaba bajo agua como un pez, pero unos cabellos verdes oscuros y largos le ondeaban con el movimiento del agua. Cuando Lillity la tuvo delante pudo observar de cerca una cola de color rubí, y una piel llena de escamas por todo el cuerpo. Tenía los pechos desnudos.
Se acercó a Lillity y susurró algo:

La música de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora