No le quiero echar toda la culpa a mi signo zodiacal de mi completa falta de interés a la hora de relacionarme con las personas, pero, vamos, que soy Acuario con ascendente en Géminis. Y todos mis planetas están cargados en Acuario, algo que escandaliza a todos los que me han visto la carta astral. Es como si el destino se burlara de mi de cierta forma.
Para los que no saben, acuario y géminis son ambos signos de aire. Y los signos de aire son los que más viven en sus pensamientos.
Todo es pensar y pensar. Nada, o muy poco, de existir.
Completamente introvertido.
Preferimos estar solos con nuestros pensamientos, y las personas nos tienden a aburrir muy rápido.
No es que no me agraden las personas, pero conozco muy pocas que son realmente interesantes para hablar, o con los que siento que vale la pena gastar mis palabras o expresarles algo de lo que llevo en mi cabeza.
Suena horrible, lo sé, pero es algo con lo que, poco a poco, estoy trabajando...
Soy algo así como "no digo todo lo que pienso, pero definitivamente pienso todo lo que digo" –menos cuando estoy curada. Dato. En esos momentos digo todo lo que pienso. ¿O no? Tendría que grabarme.
Es por eso que un día decidí que quería viajar para aprender inglés con una amiga, para conocer, pero, también, para demostrarme a mí misma que podía ser de otra forma.
Que podía cambiar.
Así que nos colamos a un grupo de estudiantes de otro colegio –gente con la que, obviamente nunca había hablado- y nos fuimos con ellos a Londres.
¡A Londres!, ¿pueden creerlo?
El lugar donde J.K Rowling creo a Harry Potter.
El lugar con más secretos y cultura del mundo.
El lugar al que siempre había querido ir.
Independiente de que el viaje de Chile a Londres se me hiciera eterno y terminara con un odio profundo hacia los aviones, el viaje en si fue asombroso.
Teníamos clases en un lugar donde supuestamente, según unas chicas con las que la Camu –mi amiga con la que me embarque en esa aventura- nos habíamos acercado, Harry Style tenía una casa, y ellas juraban haberlo visto y perseguido por las calles.
Como nunca, hablé con los otros chicos, y me hice un par de amigas con la que poco o nada teníamos en común, lo que me agradó bastante, y reí y exploré con estas personas todo lo que nunca pensé que iba a conocer.
Pero, lo más raro que me paso, -además de haberme perdido en las calles de Oxford Street y haberle llorado a una persona para que me acompañara al metro, fue que llame la atención de un chico.
A ver, nunca me he considerado horrible, pero ningún hombre me había dicho nunca que yo fuera bonita. Por el simple hecho de que, bueno, no lo soy.
Soy bajita y no me considero flaca, pero tampoco soy obesa, y definitivamente no soy como las chicas de los cuentos que dicen que son feas y que no atraen a nadie cuando la realidad es que son unas barbies. Odio sonreír, pero, por raro que parezca, hacerme reír y sonreír es demasiado fácil –cosa que odio, pero mis amigos (sip, tengo amigos), encuentran la cosa más adorable y entretenida que hay-. F.A.S.T.I.D.I.O.T.O.T.A.L.
A pesar de no ser flaca, nunca he creído en las dietas y en esas cosas para bajar de peso; siento que te terminas acostumbrando a eso, pero que, cuando vuelves a tu realidad (eso es a las hamburguesas, a las pizzas o las papas del Mc Donald... ah, y al pisco bendito sea el alcohol...) simplemente te vas a la mierda otra vez. Sin embargo, soy de esas personas que odian su cuerpo.
ESTÁS LEYENDO
Si la vida fuera patas arriba
Non-FictionSi la vida fuera patas arriba es la historia de una vida solitaria y triste. ¿Autoayuda? ¿diario de vida? Eso puedes decidirlo tu. Después de todo, es la historia de una vida que perdió su brillo, pero que aún quiere aferrarse a la vida.