Capítulo 8

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Desde ese día, Ricardo mantuvo las distancias relativamente. Ya no le mandaba indirectas o la miraba seductoramente, pero, en cambio, sí se comportaba atento y respetuoso con ella, lo cual fue muy extraño.

Durante los días que pasaron desde el incidente en la cafetería, Ricardo se había acercado y había acompañado a Laia incluso en el colegio. Y Laia, aunque tenía en cuenta que esa era la manera en que exactamente le había pedido al chico que se comportara, sabía que eso iba a traer consecuencias. Podía notar, allá donde fuera en el colegio, la mirada de Marina posada en ella, observándola y tramando alguna venganza por la atención que Ricardo estaba poniendo en ella, como nunca había hecho por ninguna otra chica.

Pero, extrañamente, Marina no dio ningún paso en falso y nada malo le ocurrió a Laia por el momento. Y así, envuelta en una paz sospechosa, llegó el fin de semana siguiente.

Durante la mañana del sábado, mientras Laia estaba haciendo deberes en su habitación, Edu se presentó en su cuarto con una sonrisa tímida en los labios.

–¿Molesto? –preguntó, entrando de todos modos.

–Claro que no –contestó Laia –dime, ¿qué quieres?

Desde el día en que Edu había consolado a Laia, estos dos se llevaban bastante bien. Hablaban a menudo a solas y habían empezado a confiar el uno en el otro, aunque Laia no le había contado nada de lo sucedido con sus otros dos hermanos.

–He pensado que esta noche, como los dos no tenemos nada que hacer, podríamos ir a cenar por ahí y dar una vuelta –propuso Edu, encogiéndose de hombros.

Laia se quedó pensativa un segundo antes de decidirse.

–Estaría bien –dijo –me ayudaría a desconectar un poco.

Edu sonrió al instante.

–Genial, yo lo planeo todo, tranquila. Nos vemos esta noche, entonces.

Cuando Ed desapareció, tan rápido como había llegado, Laia se quedó mirando la puerta, pensando que sería una suerte que todos sus nuevos hermanos fueran como él.

Suspiró y volvió a concentrarse en su tarea.

Aquella noche, Laia se vistió con unos pantalones negros ceñidos, una camisa roja y unos zapatos con algo de tacón. Quizá se había arreglado demasiado, pero la verdad es que le apetecía ponerse guapa. Se recogió el pelo en una coleta y se maquilló un poco, pintándose también los labios ligeramente de rojo.

Cuando bajó las escaleras, Edu ya estaba esperándola y al verla no reprimió una amplia sonrisa.

–Estás genial –dijo, aunque él tampoco estaba nada mal.

Laia no pudo evitar pensar que se parecía bastante a su hermano Ricardo y, sin querer, recordó la escena en el baño, por lo que se sonrojó.

–Gracias. ¿Vamos?

Laia no sabía nada de lo que Edu había preparado para esa noche, pero solo empezar se sintió un tanto incómoda, pues había llamado al chofer para que durante la velada les llevara en su limusina allá a donde quisieran ir. Dentro de esta casi parecían ser una pareja adinerada que se iba de cena romántica, y eso era lo contrario de lo que la chica hubiera querido, pues se había imaginado aquella noche como una reunión entre amigos en algún local de comida rápida, rodeados de jóvenes como ellos.

Cuando llegaron al restaurante al que Edu había llamado con antelación para hacer una reserva, Laia empezó a sospechar que Edu no había idealizado aquella quedada de la misma manera que ella, y empezó, por alguna razón, a sentirse culpable de haber aceptado.

Mis nuevos hermanos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora