Capítulo 2

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El curso estaba acabando y el verano se acercaba, algo que animaba y ponía nerviosa a Laia al mismo tiempo.

Aún no había quedado con Regina a solas y sabía que el momento se estaba aproximando. Sospechaba que ambos, su padre y su novia, estaban esperando a que finalizara los exámenes para proponérselo. Pero Laia ya no estaba segura de si se atrevería a conocerla. Contra más tiempo pasaba, las novedades de su vida futura se convertían en un obstáculo más difícil de afrontar. Ahora miraba su casa y no podía evitar observarla con tristeza, pensando en lo mucho que la iba a echar de menos, a pesar de lo pequeña y vieja que era. También quedaba con sus amigos y pensaba, apenada, que ya no los vería más en clase...

Oh, sí. Resultaba que aún quedaban más cambios que Carlos no se había atrevido a contarle la noche pasada y que había ido soltándolos a lo largo de los días venideros. Por lo visto, los hijos de Regina asistían a un colegio privado del centro de la ciudad. Y, como Regina había insistido en que no quería tratar a Laia de manera diferente, ella iba a matricularse en este para asistir el curso que viene.

Esa noticia había restado puntos a favor de Regina, por lo que Laia ahora la imaginaba como a una madrastra cruel que intentaba apoderarse de su vida y cambiarla hasta el más mínimo detalle.

Más rápido de lo que la chica hubiera querido, los exámenes pasaron y el fin de curso llegó. Y tal y como había esperado, su padre le dijo que Regina quería quedar con ella, concretamente el miércoles de la semana próxima, una semana antes del día que tenían previsto mudarse su padre y ella a su casa.

Cuando recibió la noticia, Laia se tranquilizó diciéndose que el miércoles aún quedaba lejos, pero los días pasaron y el nefasto día llegó con increíble rapidez.

Su padre la instó a que se pusiera más guapa de lo usual, lo cual hizo que se pusiera más nerviosa. ¿Cómo de elegante sería la mujer como para que su padre, quien jamás se había preocupado por el aspecto de su hija, insistiera en que se arreglara?

Finalmente se subió a un autobús y se dirigió hacia el centro comercial de la ciudad donde ella y Regina habían acordado dar un paseo.

Carlos le había asegurado que su futura esposa la reconocería, pues le había enseñado una foto reciente de ella, pero, como no había hecho lo mismo a la inversa, Laia no tenía ni idea de a quién buscar en la puerta principal del centro.

Esperó unos minutos quieta y observando a la gente que pasaba por su lado, hasta que una mujer un poco más alta que ella –aunque llevaba tacones –se paró justo delante de ella con aire sonriente.

Era muy guapa, más de lo que Laia había esperado. Aunque claro, ella se había imaginado a una señora mayor y encorvada, como si de una bruja se tratara. Tenía el pelo rubio teñido y corto, unos ojos azules oscuros y despiertos, una boca fina y estaba cuidadosamente maquillada.

–¡Vaya, eres más guapa en persona que en las fotos! –dijo la mujer con voz suave y melodiosa.

Laia sonrió turbada, pensando en la imagen que estaría viendo de ella. Tenía el pelo castaño oscuro, como su padre, liso, como su difunta madre, y largo; tenía los ojos almendrados y de color miel; la piel clara, con las mejillas a menudo sonrosadas y una boca de labios moderadamente carnosos.

–Gracias –contestó Laia, dando por sentado que era Regina –tú también lo eres.

La chica reprimió su personalidad. Si hubiera estado relajada, habría soltado la misma broma acerca de qué había visto una mujer hermosa y rica en su padre, pero, por miedo de que pudiera tomárselo mal, se calló y se produjo un silencio que resultó bastante incómodo.

–¿Vamos dentro? Tenemos que hablar de muchas cosas –le dijo y Laia asintió.

Se dirigieron a una heladería del segundo piso donde ambas pidieron un granizado.

Mis nuevos hermanos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora