El lunes amaneció nublado y gris, un tiempo propio del otoño que se avecinaba. Las hojas de los árboles se iban tiñendo de tonalidades amarillas y marrones y las que caían se quedaban pegadas en las aceras mojadas a causa de la llovizna que había caído durante la noche.
Ese ambiente melancólico pegaba a la perfección con el ánimo decaído de Laia.
La compañía de Ricardo, quien desde el día que habían ido al parque había regresado a ella como si nada hubiera ocurrido, era un cierto alivio, pues al menos, aunque no podía librarse de la culpabilidad que sentía por haber herido a Edu, no volvía a estar sola. Lo malo es que volvía a sentir las miradas de Marina y las demás puestas en ella, como esperando de nuevo el mejor momento para atacar. Sin embargo, esta vez no se echaría atrás y no apartaría a Ricardo de su vida, por muchas amenazas o burlas que recibiera, esperando que al fin las otras se acostumbraran y entraran en razón.
No obstante, por muchas esperanzas que tuviera, no fue así y pronto Marina se atrevió a cruzar el umbral de las simples miradas de odio. Muchas veces, durante las clases de aquella semana, ella y sus amigas pasaban por el lado de Laia para simular que se chocaban con ella o para pedirle prestado cosas que, aunque las cogían sin esperar permiso, luego nunca devolvían. Eran gestos infantiles y Laia sabía que era estúpido molestarse por aquella actitud de la que más adelante se arrepentirían, pero se hacía difícil soportarlo a todas horas. Uno, por mucho que identifique la malicia de los demás, no puede salir indemne de sus consecuencias si no te dan opción a ello.
Ricardo, que como era un curso mayor no veía estos ataques, no podía defenderla en el acto y, a petición de la propia Laia, quien se negaba a que este plantara cara a las otras por ella, se limitaba a intentar animarla y a hacerle compañía en todo momento que pudiera.
Laia se sentía frustrada. En su antiguo colegio nunca había visto que nadie se metiera hasta ese punto con alguien, o, si sí había pasado, ella no se había dado cuenta. Pero, fuera como fuera, la gente en el colegio san Pablo era muy cerrada y predispuesta a las jerarquías. Su signo de distinción era el dinero y el derroche de este, y los prejuicios era su forma de anticiparse a los actos de alguien y su medio para clasificar a las personas.
Pero Laia aún tenía esperanzas de encajar, de encontrar entre esas paredes a gente de su edad que la aceptaran y no se dejaran llevar por el odio y el rencor. Y un ejemplo era Tara, con quien, a pesar de que había costado al principio acercarse a ella, ya compartía una amistad que con el tiempo la chica esperaba que se consolidara.
Y de repente, tras que pasaran aproximadamente dos semanas desde el día del parque de atracciones, la gente a su alrededor empezó a cambiar.
Fue un viernes cuando un Edu arrepentido se acercó a Laia, con aire pesaroso y con la cabeza gacha. Era mediodía y ella estaba sentada junto a Tara y Ricardo, quienes habían empezado también a llevarse bien.
–¿Podemos hablar a solas? –le dijo Edu, después de coger una bocanada de aire y ella aceptó confundida.
Salieron del comedor para alejarse de las miradas y los oídos curiosos y para disponer de un ambiente tranquilo donde pudieran hablar.
–Oye, quería pedirte disculpas. Iba en serio eso que te dije que esperaba que fuéramos amigos, pero si me he comportado así, diciéndote aquellas cosas sobre mi hermano... es porque, bueno, cuesta admitirlo, pero está claro que estaba celoso –dijo, frotándose la muñeca con una mano y mirando hacia el suelo –No tengo tan mala percepción de mi hermano. Está claro que está cambiando y que quizá incluso madurando, pero que pudieras ser tú la causa me asustó, porque eso significaba que lo que sentía por ti debía ser bastante fuerte como para cambiarle. Fui egoísta y quizá aún lo sigo siendo, porque me sigues gustando, pero al menos ya no me siento tan posesivo contigo –suspiró – Siento que todo lo que he hecho estas últimas semanas ha estado mal. No sabes las veces que he querido acercarme a ti y no me he atrevido; las veces que he querido que me miraras como a ningún otro y que vinieras a buscarme a mi habitación o que demostraras que querías pasar la mayor parte del tiempo conmigo. Quizá no sirva de nada decirte todo esto, pero quiero que lo sepas para que puedas entenderme y aceptar mis disculpas.
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Mis nuevos hermanos [COMPLETA]
Ficção Adolescente*Triángulo amoroso entre Laia y sus nuevos hermanastros*. Cuando el padre de Laia se vuelve a casar, su vida cambia drásticamente. Instituto nuevo, casa nueva y hermanos nuevos. ¡Cinco! Ni más ni menos. El problema empieza cuando uno de ellos la bes...