Capítulo 10

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Laia se puso buena antes del siguiente día de clase y, sin embargo, a pesar de que se encontraba perfectamente, Ricardo quiso acompañarla a cada momento, asegurándose de que estaba bien. Por suerte, él era un curso mayor y no podía cuidarla durante las clases, lo cual era un alivio.

A Laia en cierta medida le gustaba la atención de Ricardo, aunque resultara desmedida. Era una faceta del chico amigable y divertida que le resultaba reconfortante después de la presión que había sentido ante todas sus insinuaciones. No obstante, la extrema cercanía era peligrosa y Laia, de alguna manera, supo que de ese día no pasaba que las chicas la enfrentaran; lo que no podía adivinar era cómo y cuándo lo harían y eso le ponía los nervios a flor de piel.

La clase que más temía Laia era gimnasia, pues era en los vestuarios cuando sentía más tensión entre Marina y ella. La oía hablar con sus amigas, criticar a gente que no conocía y notaba su mirada sobre ella, como si buscara defectos con los que más tarde pudiera atacarla.

Laia intentaba colocarse lo más alejada de su grupo e incluso algunos días había decidido cambiarse en el cuarto de baño, pero, sabiendo que no podía esconderse para siempre, ese día hizo acopio de valor y se comportó como si no pasara nada.

Una chica de su estatura, más o menos, con el pelo pelirrojo recogido en una coleta alta, muchas pecas en el rostro y unos ojos verdes envidiables, se acercó a ella ya cambiada y lista para ir hacía la pista del gimnasio.

–Laia, ¿verdad? Me he fijado en que Ricardo y tú sois muy cercanos. ¿Estáis saliendo?

Esa pregunta para Laia fue como si le echaran un cubo de agua fría por encima, pues sabía que si Marina y las demás lo escuchaban se pondrían más molestas de lo que ya debían estar.

¿Se lo habría preguntado con malicia aquella chica? ¿O realmente tenía curiosidad y no sabía el daño que hacía preguntándolo?

Viendo su mirada felina, Laia supo que la respuesta estaba más cercana al sí de la primera pregunta.

–No estamos saliendo. Somos hermanos, no hay forma en que eso pueda suceder –contestó Laia, pensando que lo mejor era contestar con un no rotundo.

–Bueno, no sois hermanos exactamente –dijo la chica, cogiéndose un mechón de pelo de la coleta para jugar con él – solamente vuestros padres se van a casar; no compartís la misma sangre, así que no veo por qué no podría suceder que te enamoraras de alguno de ellos. Vivís juntos después de todo. ¿O es que no sabes por cuál decidirte? Ricardo es el mejor de todos, pero Daniel y Edu no están nada mal tampoco.

Laia, que ya había terminado de cambiarse, miró a la chica con recelo y rabia.

–No pienso responder, así que si me disculpas... –dijo y, antes de que la otra pudiera retenerla, se marchó hacia la pista.

Durante la hora de gimnasio notó, no solo las miradas de Marina y sus amigas, sino también la de las otras compañeras, quienes la miraban con renovada curiosidad. Al fin, Marina y las demás estaban reaccionando y lo estaban pagando con ella, aprovechando que podían golpearla mientras jugaban a baloncesto.

Laia no sabía lo que podía parecer desde fuera, quizá se veía algo normal que varias chicas estuvieran arremetiendo contra ella varias veces durante el partido. Le pasaban el balón, a pesar de que estaba mal situada y enseguida venía una a arrebatárselo, aprovechando para empujarla, darle algún codazo o intentar tirarla al suelo; y, como no había árbitro, pues el profesor estaba más atento como siempre al partido de los chicos, ninguno de aquellos ataques eran considerados faltas, por lo que nadie las refrenaba.

Extrañamente, Laia no sintió deseos de salir del campo, de esconderse en el baño o contarle lo que estaba sucediendo al profesor. Sentía que la rabia crecía en ella con cada golpe y la dignidad la obligaba a soportarlo, creyendo que, si lo soportaba y no se mostraba débil, no les daría ninguna satisfacción.

Mis nuevos hermanos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora