Capítulo 11

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Varios días pasaron y finalmente el viernes llegó. Ricardo había hecho caso a Laia y no se había acercado en ningún momento a ella, sin embargo, tampoco lo había hecho en casa y la chica empezaba a echar de menos los ratos que pasaba junto a él, las bromas que hacía y lo amable que llegaba a ser cuando se lo proponía.

Por otra parte, Marina y las demás no habían intentado volver a acercarse para meterse con ella de la misma forma que durante esa hora de gimnasia, y Laia se preguntaba si ese cambio de actitud se debía a la repentina separación entre ellos dos. Pero la chica no se sentía tan esperanzada de que así fuera, pues algo le decía que Marina era de las personas a las que les costaba olvidar y que difícilmente se rendían antes de haber desahogado toda su rabia.

Encontrándose otra vez sola, Laia intentó volver a sentarse junto a Tara durante la hora de la comida, pero no fue hasta el tercer día que esta decidió no levantarse e irse en cuanto la otra se le acercaba. Y aun así, no se dirigieron la palabra hasta el viernes, cuando Tara decidió romper el tenso silencio, sorprendiendo a la otra.

–Lo siento –dijo la chica menuda, mirándola de reojo –lo siento por lo que pasó con la comida. Yo no quería, pero no me dieron opción.

A Laia le hubiera gustado decir que todo el mundo siempre tiene opción, pero comprendía la situación de Tara. Ella misma había renunciado a su amistad con Ricardo por culpa de esas chicas y eso era peor que lanzar comida a otra persona.

–No te preocupes. No estoy enfadada ni nada por el estilo.

Al decir aquello, Tara le sonrió por primera vez y Laia se dio cuenta de lo tensa que había estado hasta entonces, pues fue un gran cambio relajarse.

Ese fue un gran día, pues Tara y ella empezaron a hablar animadamente y por un rato Laia pudo ser la chica de siempre, como si estuviera con cualquiera de sus otros amigos.

Pero el día aún no había acabado y Laia no sabía lo que le esperaba.

Esa tarde, tras haber llegado ya a casa y haberse quitado el uniforme para ponerse su ropa habitual –unos pantalones tejanos y una camiseta de manga corta, pero con una chaqueta fina encima, pues empezaba a refrescar –Regina y Carlos la mandaron a hacer la compra junto a Daniel, quien al oír la tarea se arrepintió de haber bajado a por un vaso de agua.

Tenían que comprar solo unas pocas cosas, los ingredientes que faltaban para preparar la cena, por lo que no les llevaría mucho tiempo, a pesar de que debían ir hasta el centro comercial. Pero Laia se puso nerviosa de todos modos, pues la última vez que había estado a solas con Daniel había sido en el momento en que su autoestima había estado más baja desde hacía muchas semanas, y le inquietaba saber que la había visto llorar y hasta la había aconsejado. Sin embargo, Daniel, que como siempre quería mostrarse distante e indiferente, no hizo ninguna mención del otro día y se comportó como si nada hubiera pasado, hecho que empezó a molestar a Laia. En cierta medida era tranquilizador que Daniel no se burlara de ella o le recordara lo sucedido, pero era frustrante que siempre se comportara como si nada le importase, que ocultara sus sentimientos y que no mostrase interés ni en ella ni en los demás.

Era tal la rabia por su comportamiento que Laia empezaba a sentir que, ya nada más llegar al centro comercial, la chica quería arrinconar a Daniel y obligarle a que actuara con naturalidad.

Cogieron el ascensor para bajar a la planta baja, donde estaba el supermercado y, una vez allí, Daniel empezó a meterle prisa. Pronto estuvieron ya en caja y Daniel pagó con el dinero que Regina le había dado. Luego se dirigieron de vuelta al ascensor y, a diferencia de antes, subieron solos.

–Ten –dijo Daniel en cuanto se cerró la puerta de metal, tendiéndole las monedas que habían sobrado.

–No las quiero –contestó Laia, totalmente enfadada con él, deseando que este se percatara de cómo se sentía.

Mis nuevos hermanos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora