Capítulo 18

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Los días antes de la boda pasaron volando. Laia y Ricardo, que apenas se separaban el uno del otro, no pudieron disimular que desde esa noche en el baile habían empezado a salir juntos, y Regina y Carlos, al igual que el resto de la familia que aún no sabía nada, terminaron por enterarse. Sus padres no se enfadaron, aunque quizá se debió a que estaban demasiado ocupados con la boda como para pensar detenidamente en sus hijos. Sin embargo, se volvieron más estrictos, aumentaron la vigilancia por las noches y les dieron una larga charla acerca de que aún eran jóvenes y que debían tener cuidad e ir despacio.

Laia pensó que seguramente tenían miedo de que, si lo suyo acababa mal, eso pudiera repercutir en la familia que estaban empezando a formar, pero no se molestó por ello.

Ricardo y Laia habían acordado tomárselo con calma, pues que vivieran juntos no significaba que tuvieran que dejar que todo sucediera precipitadamente. No obstante, empezaron a salir cada día de todas formas y a pasar bastante tiempo juntos, más del que quizá a sus padres les hubiera gustado.

Daniel no parecía molesto con que hubieran empezado a salir, estaba demasiado ocupado haciendo grandes esfuerzos por integrarse en la familia y abrirse. Laia se daba cuenta de ello y estaba segura de que los demás también, pero nadie decía nada al respecto y aceptaban a Daniel como si nunca hubiera perdido los estribos. Incluso Alberto, que al principio se había resistido a tratarlo como siempre, acabó por perdonarlo.

Pero aún le quedaba otra prueba por superar a Daniel, que fue la demostración de que realmente se había propuesto cambiar. Aunque ni él mismo podía sospechar lo que le deparaba el mismo día de la boda.

Esta iba a celebrarse en la única iglesia de la ciudad, de estilo gótico y rodeada por unos jardines que parecían custodiarla y protegerla del resto de la ciudad.

Había llegado casi todo el mundo, pero varias personas aún esperaban fuera, saludándose y hablando antes de entrar. Entre ellos estaban todos los hijos de los novios, que se habían quedado fuera para conocer a las respectivas familias.

Ricardo estaba al lado de Laia, sin miedo a demostrar que estaban juntos, besándola o cogiéndola por la cintura, cuando de repente llegó una limusina que dejó petrificados a todos los hijos.

Ricardo miró a Alberto asustado y este le correspondió a este con la misma mirada, mientras que Laia, al igual que Enrique, que había sido invitado a la boda, no entendían a qué se debían esas miradas.

De la limusina se bajó un hombre alto, de pelo negro, aunque ya bastante canoso y ojos negros. Y Laia supo quién era en cuanto le vio, puesto que se parecía mucho a Ricardo, aunque este hubiera salido más a su madre, a Alberto y a Daniel.

El hombre, que vestía un elegante traje, seguramente confeccionado a medida, les observó detenidamente antes de acercarse a ellos.

Laia notó un nudo en el estómago cuando se percató de que iba a saludarles a ellos dos primeros, y casi sintió la necesidad de apartarse de Ricardo por el miedo que le influía la sola mirada de su padre.

–Cuánto tiempo, Ricardo –dijo el hombre con voz grave.

–Hola, papá –contestó este –me alegra verte –añadió, aunque Laia no estuvo muy segura de si lo decía en serio –aunque pensaba que no ibas a asistir a la boda.

–Cambié de opinión. Quería conocer al novio. Tengo curiosidad por ver a quién ha escogido tu madre. Por lo que tengo entendido, esta vez se ha decantado por hacer una obra de caridad.

Laia abrió muchos los ojos, sorprendida.

–¿Caridad? –Soltó ella, notando cómo la rabia empezaba a recorrerla –Mi padre y yo no necesitamos el dinero de Regina para ser felices, para que lo sepa. Aunque usted bien seguro sabe que el dinero no da la felicidad.

Mis nuevos hermanos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora