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序文× 𝖕𝖗ó𝖑𝖔𝖌𝖔 ×

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序文
× 𝖕𝖗ó𝖑𝖔𝖌𝖔 ×

Hoy no era día de trabajo, pero aún así me encontraba centrada en terminar lo que tenía pendiente de hace unos días. La oficina estaba oscura, y sólo la tenue luz de la lámpara de mi escritorio iluminaba la mesa, donde yacían documentos y más documentos, despilfarrados por todos lados.

Mis tacones estaban debajo de la mesa. Después de unas horas de estar sentada, llegué a la conclusión se habían vuelto una molestia y ahora mis pies estaban descalzos, cubiertos por la fina tela de las pantaletas transparentes.

Pasaron los minutos, guardé los documentos, los envié y di un suspiro de alivio; ya había terminado todo el trabajo que venía debiendo, aunque, seguramente, mañana tendría más que hacer, y así se repite el ciclo vicioso.

Me estiré en mi asiento, y con cuidado soné mi espalda y cuello, que crujieron fuertemente. Era la primera vez que me quedaba haciendo contraturno, pero suponía que iban a haber otras, considerando que apenas hace poco me promovieron a un puesto más alto, y que, por ende, me lleva más trabajo y horas.

Era cansador, debía admitir, pero me quise convencer de que pronto me iba a adaptar a este nuevo ambiente. También me había cambiado de planta, por lo que no conocía a casi nadie de mis nuevos compañeros, que apenas hace días fueron mis superiores. Apenas conocía a Sayu, quien ya conocía desde antes y en poco tiempo se había vuelto una muy buena amiga.

Me levanté y apagué la computadora, asegurandome de haber gaurdado todo lo importante. Segundos después, observé mi reloj: 20.23p.m. Si que se habia hecho tarde. Cuando yo había venido apenas eran las cinco, y, al observar por el gran ventanal de la oficina, la Luna menguante ya comenzaba a hacer su presencia, iluminando toda la ciudad con pocas estrellas.

Según había leído, la polución hoy había sido muy alta, y en ciudades como Tokio, es común que no se alcance a ver todas las estrellas como en lugares menos contaminados. Era una pena, realmente, pero uno no podía hacer mucho al respecto.

Me volví a poner mis molestos zapatos, y me acomodé con cautela mi falda color negro. Era bastante larga -me llegaba más abajo de las rodillas- pero era pegada al cuerpo por lo que remarcaba mi silueta, y a pesar de eso, era bastante cómoda.

Agarré mi saco, que había dejado apoyado en el respaldo de mi silla, y me digné a caminar hacia la gran puerta de vidrio, tratando de no chocarme con nada por la poca luminosidad del lugar.

Ya feliz, y lista para volver a mi cómodo hogar, me decidí a abrir la puerta. Para mi sorpresa, estaba cerrada con llave. Como si fuera a cambiar algo, intenté abrirla un par de veces más, pero aquellos intentos fueron obviamente en vano.

— ¿Otra vez cerraron? —una voz masculina me tomó por sorpresa y, con los ojos más que abiertos, me di media vuelta.

Frente mío, a unos metros, se encontraba un rubio con los pómulos marcados, que estaba sentado en, lo que suponía que era, su escritorio.

Fue tan silencioso que ni siquiera había notado que había alguien más.

— Ah, ¡me asustó! —tomé mi pecho con mi mano libre, ya que con la otra sostenía mi saco, y exhalé— Creí que todos se habían ido.

— Siempre me suelo quedar aquí a trabajar horas extra. Perdóneme si la asusté. —se disculpó, y con la mayor tranquilidad, metió su mano en el primer cajón de su mesa, sacando del mismo unas llaves.

Noté como se iba acercando a mí. Su figura era muy masculina, debía decir, un hombre muy atractivo físicamente y muy alto. Sus hombros, que se veían bien trabajados, eran remarcados por su camisa azul, y noté que tenía su corbata un poco desordenada; eso lo hacía ver incluso más atractivo de lo que ya era. Aunque, cuando se acercó lo suficiente como para verle bien la cara, pude notar un par de ojeras adornando su rostro. Se veía cansado.

Me corrí a un lado para que, con esas llaves, abriera la puerta, y finalmente, luego de ir adivinando cuál sería la que entraría en esa cerradura, se abrió.

— Suelo tener una copia de llaves de estas puertas por si ocurren incidentes como estos. Si vienes a trabajar a estas horas seguido, te recomendaría que hicieras lo mismo. —explicó.

— Muchísimas gracias. Ah, olvidé presentarme, soy _____________. —hice una reverencia por respeto, pues notaba que era al menos un poco mayor que yo.

— Nanami. Kento Nanami. —espetó, para luego volverse a su asiento.

— ¿Va a seguir trabajando? —pregunté, por curiosidad.

— Desafortunadamente, sí. —se pasó su mano derecha por su cara, intentando buscar consuelo.

— Ya veo, pues, que le sea ligero. Nos vemos mañana, y asegúrese de llegar temprano a su casa. —hice otra reverencia, a la que esta vez no pareció prestar atención.

— Nos vemos mañana. —hizo un ademán con la cabeza, despidiendome, aunque no despegaba su vista del computador.

Sí, ojalá nos veamos mañana, y los días siguientes, Kento Nanami.

Overtime work. - K. Nanami Donde viven las historias. Descúbrelo ahora