Capítulo 20 MideiaUna carcajada resonaba altisonante dentro del precinto cavernoso. La tonalidad femenina de la voz cambiaba de matices, unos graves y otros chillones totalmente distorsionados haciendo que sonara tal cual si cientos de mujeres se rieran burlonamente de Leila.
—¿Dónde estas? ¡Sal de donde quiera que estés maldita humana!
En esos momentos la mujer se materializó y apareció justo en frente de Leila y agarrándola fuertemente por el cuello levanto a la pelinegra en el aire y la llevó con una sola mano hasta golpearla contra una de las paredes de la cueva. La piedra detrás de las espaldas de Leila se agrietaba, partiéndose con el impacto y haciendo un sonido seco y sonoro.
—¡A mi tu no me maldices engendro del demonio! La única que tiene el poder de hacerlo aquí soy yo!
Leila se quejaba y trataba de zafarse de el fuerte agarre de aquella endemoniada pelirroja. Leila no necesitaba el aire para respirar, pero de algún modo sentía que la sangre en sus venas dejaba de fluir en su cuerpo correctamente. Los colmillos en la boca de Leila se iban refractando y sus ojos tomaban el color oscuro del ónice que los caracterizaba. La vampiresa bajó los brazos rendida y sentía que su cuerpo se iba desplomando mientras una sonrisa maquiavélica se dibujaba en el rostro de la hermosa mujer de cabellos cobrizos.
La pelirroja soltó de golpe a Leila que cayó desplomada al suelo agarrando su cuello y visiblemente afectada.
—¿Qué demonios eres tú?—, Leila preguntó con voz entrecortada, aún reponiéndose del asfixiante recibimiento.
—Aquí el único demonio eres tu. Yo soy una bruja. Y te aconsejo te tranquilices y guardes esos colmillos. Mi sangre no sería de tu agrado, más bien te resultaría amarga. No te haría bien, digamos que tendría el mismo efecto que la cicuta en los humanos. Así que tranquilita te sigues viendo bonita.
Leila se ponía de pie guardando un poco de distancia entre ella y la bruja. —Las brujas que conozco sólo leen la mano o ven el futuro... Tu... Tu eres otra cosa.
—No amiga... Perdóname. ¿Cómo dijiste que te llamabas?... Ah sí Leila—, Leila abría sus ojos extrañada pues no recordaba haberle dicho su nombre a la mujer—. Leila, pero bueno, no me mires así...Te explico—, la mujer caminaba con exagerada sensualidad y aires de supremacía mientras era observada desde una esquina por la vampiresa— ...tu naciste humana. No me parece que hayas nacido vampiro pues sí no hubieras sabido lo que soy yo y que soy algo a lo que debes respetar. Un vampiro de sangre pura o de primer linaje sólo tiene de humano la apariencia y los instintos. En su carcaza de hombre o mujer tiene el alma y la sangre de un demonio. En tu caso, eres mitad demonio, mitad humano. Una vez fuiste convertida, en tus venas fluye sangre humana y la misma sangre de Lilith y Lucifer... Digamos pues que eres un demonio sangre sucia y con muchas debilidades.
Esto a Leila no le pareció nada bien y sintió que su ego de divinidad perfecta había sido menoscabado, menospreciado y ofendido. De inmediato se encolerizó y se abalanzó contra la pelirroja.
La bruja extendió su brazo apuntando hacia Leila. Una fuerte corriente de aire salió de la palma de la mano que tiró hacia atrás a la pelinegra. Leila, una vez más, caía contra la pared empedrada aturdida.
—Si sigues con esa actitud, Leila, voy a terminar destruyendo la gruta con tu cuerpo—, luego soltó una carcajada maléfica y sonora—. Necesitas entender muchas cosas, si no créeme que tu existencia va a ser tan efímera como lo pudo hacer sido si aún fueses humana. Vamos a tranquilizarnos, ¿quieres?—, la bruja hablaba mientras Leila sacudía su cabeza tras el golpe recibido y se ponía de pie—. Primeramente, permíteme presentarme. Mi nombre es Mideia y esta es mi gruta desde mi nacimiento hace poco más de un siglo atrás... ¿Pero dónde están mis modales? Siéntate. Debes estar muy cansada luego de haber caminado tanto—. Mideia extendía su brazo señalándole a Leila la sala de estar.
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Leila
VampireLeila es una joven impetuosa, de espíritu libre. A sus diecinueve años conoce a un joven que será su desgracia. La hermosa pelinegra jamás imaginó lo que aquel extranjero tan apuesto y seductor escondía tras su deslumbrante apariencia...