Capítulo 18 Sangre inocente

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Capítulo 18 Sangre inocente

Leila quedó sumergida en un estado de meditación profunda luego de su encuentro con Bastian y Annina. En su mente, un millar de preguntas daban vueltas  y a las mismas no hallaba solución. Si bien resultaba increíble en lo que ella se había convertido, más inverosímil era el hecho de que hubiera otras criaturas tan o más aterradoras que ella conviviendo entre los humanos. ¿Cómo? ¿Desde cuándo?

Leila, que en un tiempo atrás se sentía la dueña del mundo, aún antes de ser vampiro, cuando era la hija del conde de Swabia y en su mundo de fragilidad humana todo le era dado y la vida era fácil. Su belleza y juventud eran envidiadas, al igual que su posición política. La gracia que poseía y su carácter impetuoso eran motivo de deseo para muchos nobles germanos que aspiraban en hacerla su esposa. A su corta edad, una docena de caballeros pretendían su mano mas ella los había rechazado a todos porque pensaba que ninguno la merecía. Leila siempre aspiró a más.

Y cuando obtuvo el poder de la inmortalidad y el don de la juventud eterna, era cuando más miserable y desgraciada se sentía. Había ganado poderes sobrenaturales increíbles, pero lo había perdido todo. Y aquí era cuando el '¿qué haré ahora?' taladraba su mente de manera constante y dolorosa en búsqueda de una respuesta que no llegaba.

Así pasaron los días, semanas y meses. Leila vagaba por los densos bosques del centro de Germania. Cruzaba riachuelos y pantanos y escalaba montañas, vestida en harapos y descalza caminando a la intemperie en un clima inclemente e inestable que detenía por ocasiones su peregrinar sin rumbo. Su vida era un infierno. Sin poder conciliar el sueño, pues no era necesario, veía el sol salir y la luna ocultarse y el tiempo no paraba mientras ella erraba como alma en pena por los indómitos lares del imperio.

Su sed de sangre humana era insoportable a medida que pasaban los días. Leila se tenía que conformar con el sabor aguado de alguna liebre o ardilla. Era casual que encontrara algún mamífero carnívoro enorme del cual sacar algo de mejor provecho. Los osos, aún no siendo peligrosos contendientes, le daban pelea. Y al no poder ingerir sangre humana como debía, su cuerpo aquejaba de una fatiga constante. Era cómo si fuera una humana enfermiza y escuálida, pero que viviría eternamente por gracia demoníaca para sufrir su desventura.

En ocasiones el cansancio no era lo único que la hacía detener. Ya la peste a perro mojado le indicaba que cerca habría una manada de hombres-lobo y era mejor desviarse y andar con cautela. Sabía que no podría contra ni siquiera uno de estos en batalla. Otras veces, tenía que aguantar su sed de sangre humana, pues los únicos humanos que había encontrado en su camino eran escuadrones de soldados de la iglesia y los inquisidores. Bastian tenía razón. Ella era la razón por la cual estaban revueltos por Germania. Así qué tenia que conformarse con verlos pasar mientras se ocultaba encaramada en las altas ramas de algún árbol y el ardor en su garganta se hacía más fuerte y doloroso. El atacar las cuadrillas solo atraería la atención de más inquisidores y podría ser castigada por su estupidez ya fuere por el ejército cristiano o por los lobos furiosos si esto pasaba en su territorio y amenazaba su pacífica y oculta convivencia.

Leila exprimía el conejo que tenía en sus manos para beber hasta la última gota de sangre en el animal. Luego de haber vaciado toda arteria y vena en la pequeña criatura, lanzó la carcaza de pelo y huesos al aire para terminar cayendo a varios metros de ella. Pasó su mano sobre su boca para limpiar los residuos de sangre impregnados en su piel de porcelana, aún más pálida de lo usual por no haberse alimentado por meses adecuadamente. Recostó su espalda del tronco del árbol bajo el cual se refugiaba de la luz del sol. Sus pies descalzos jugueteaban con las aguas claras de un riachuelo.

—Ustedes tienen suerte de no ser de sangre caliente, por que si no ya también los hubiera secado—, Leila hablaba para sí mientras observaba unos pececillos dorados arremolinarse a los dedos de sus pies.

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora