Capítulo 22 Tratados por Conveniencia

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Capítulo 22 Tratados por Conveniencia

I

Leila se posaba altiva en la sala mientras estudiaba con recelo a los sujetos que habían aparecido en su castillo. Ambos, hombres robustos y extremamente apuestos que aparentaban estar, o haber sido convertidos cuando estaban cerca de sus mediados cuarenta, estudiaban de igual modo a la hermosa y joven mujer que les recibía.

Uno de los generales dio un paso al frente para saludar a Leila, y plantándole un beso en la muñeca, se dirigió a ella, —Leila Von Dorcha, ¿condesa de Suavia?

—En efecto soy Leila Von Dorcha, pero hace mucho tiempo que he dejado de ser la condesa de Suavia. Estoy a cientos de leguas de serlo. ¿Y con cuál de los dos legendarios príncipes tengo el gusto de hablar en esta ocasión?

—Permítame presentarme, mi señora. Yo soy Ardo, príncipe visigodo en vida, ahora general de las legiones vhampyr destacadas al momento en la región de Tolosa. Y él es Pelagio, otrora rey de Hispania—. Ardo señalaba a su acompañante quien con una reverencia también se presentaba ante Leila.

—Mi hermosa dama, Pelagio a su servicio. Pero en realidad debo serle honesto doña Leila, en realidad la imaginaba más...

—Más hermosa... lo dudo. Y si se refiere a mayor... bueno, eso sería un insulto esperar verme más vieja su excelencia. ¡Ja! El término excelencia es algo inapropiado, pues ya ninguno es parte de la nobleza. La muerte ha degradado su condición de realeza, ¿no es cierto?— Leila interrumpía a Pelagio de manera impertinente intentando establecer cierto dominio entre ellos y el control de una situación tan sorpresiva para ella.

—¿A caso la muerte ha degradado la suya? No se equivoque mi señora, que los títulos de realeza no se pierden con la muerte. Siempre seremos recordados por ser reyes legítimos, coronados por derecho propio. Nuestro título no fue conferido por dotes entre las sábanas de una ramera.

Los Ojos de Leila se abrieron enormes y destellaban cual fulgurosos rubíes y su rostro se desfiguró de coraje. —¡No permitiré tal insolencia! ¡Les recuerdo que esta es mi casa y ustedes son los que han llegado a ella como mendigos y no de otra forma! Porque asumo que algo vienen a pedir pues no creo que entre vampiros se presten visitas de cortesía.

—¡Ja, ja, ja, ja!— La risa burlona de Pelagio resonaba estruendosa en la sala de estar—. Veo que la jovencita, perdón, la ahora duquesa de Regensburgo es de armas tomadas... o demasiado ignorante. Cualquiera que estuviera frente a nosotros temblaría de miedo.

—Tranquilo Pelagio, que no vinimos a molestar a doña Leila. Solo queremos, ejem... conocerla. Se dice mucho de usted, duquesa en los círculos donde nos movemos y digamos que su existencia ha sido todo un fenómeno y el que haya sido elegida por uno de los Draccomondi para ser convertida...

—¡Leonardo Draccomondi has dicho! ¿Qué sabes de él? ¿Dónde está ese maldito cobarde? ¡Exijo que me lo digan en este instante!—, Leila no pudo contener su furia y se abalanzó sobre Ardo tomándolo por el cuello. La pelinegra, totalmente iracunda intentó medir fuerzas con el vampiro mas no pudo. El general de inmediato apretó el brazo de Leila y la empujó hacia atrás con fuerza.

Leila lucía agitada, sumamente molesta tanto por la mención de Leonardo como por no haber podido infringir dolor en aquel poderoso general vampiro. Ambos hombres se pararon frente a ella cual una muralla sobre la cual era obvio que la mujer no podría pasar.

—Sugiero que nos calmemos un poco aquí—, prosiguió Pelagio—, es un hecho que uno de nosotros tres perdería malamente un enfrentamiento y le aseguro que el que es no lleva faldas... Además, con esa actitud no va a lograr que soltemos prenda sobre donde está su amante, el príncipe vampiro Leonardo Draccomondi. Como ve podemos proporcionarle información que le puede interesar. Total, solo queremos charlar con usted. ¿Qué opina, doña Leila?

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora